Existen personas que disponen de un pasaporte lleno de sellos que certifican sus destinos turísticos. En el caso de nuestro profesor de origen venezolano, Gustavo Toledo, docente del Máster oficial en Formación del profesorado, este trotamundos profesional puede presumir de un “pasaporte docente” repleto de experiencias educativas en diferentes países y continentes.
Lector empedernido y amante de las plantas, nos acercamos a la figura de nuestro profesor, un docente que vive su profesión con verdadera pasión.
Es el menor de cinco hermanos, y por circunstancias familiares, estaba destinado a jugar el papel de niño sobreprotegido de la familia. Sin embargo, un carácter libre y aventurero le llevó a tomar un rumbo diferente de la mano de la docencia, el eje sobre el que gira su proyecto de vida.
UI1. Desde niño, has sentido devoción por la docencia y eso te ha marcado personal y profesionalmente. Pero cuéntanos, ¿cómo se las ingeniaba un niño de corta edad para “enfundarse” en el papel de profesor?
Pues efectivamente, siempre he tenido esa inclinación hacia la docencia. De niño jugaba con mis primos a que yo les daba clases y recortaba fotos de personas de revistas, luego las pegaba en un papel y les inventaba historias. A eso que yo hacía, lo reproducía y según yo eran las guías de estudio que utilizaba en mis clases. Además de eso, mi padre me había obsequiado una pequeña pizarra, tenía un microscopio de juguete, un diccionario, un balón… en fin tenía en casa todo un mini colegio y mis primos eran mis alumnos. Ya de adolescente, empecé a ayudar a algunas maestras de mi colegio y me fui familiarizando con el mundo educativo.
UI1. Desde niño tenías clara tu vocación. Pero seguro que en tus años de estudio has tenido algún profesor que te ha influido de manera determinante. ¿Quién fue y cómo te marcó para ser hoy el profesional que eres?
Gustavo: Algunos profesores universitarios siempre tenemos esa ilusión de que nos llegue aquel estudiante que se convierta en una especie de "hijo" universitario (pupilo,) que uno como profesor le ve que pueda ser un futuro compañero o colega, y le formamos de una manera un poquitín más dura que al resto para demostrarle lo que es capaz de lograr. Y esta sensación la pude descubrir y entender justo cuando me inicié como profesor. Lógicamente esto es fruto de ser estudiante y profesor de manera simultánea con lo cual han sido muchos los profesores que han servido de orientadores y guías en mi andadura. A esos profesores que fueron significativos para mí, he tenido en muchos casos la fortuna de agradecerles todo lo que hicieron por mí. Una gran recompensa que tenemos los educadores es cuando un estudiante nos da las gracias.
Gustavo Toledo, con estudiantes universitarios
UI1. Una de las experiencias que más nos ha llamado la atención es tu paso por una misión indígena en la selva venezolana. Para los europeos, que no estamos familiarizados con esta realidad, cuéntanos tu experiencia, las dificultades de ejercer la docencia en la selva y el modo en que esta experiencia influyó en tu personalidad como docente.
Desde luego que es una experiencia inolvidable y muy enriquecedora. Yo era muy joven (tendría unos 21 años) y perteneciendo a un grupo de profesores socialmente sensibles, se nos presentó la posibilidad de prestar un servicio social a una comunidad indígena bastante alejada de la vida urbana. En principio resultaba tanto arriesgado como llamativo. Desde luego fue necesaria una serie de preparativos para disponernos al viaje: vacunarme contra la malaria, hacer un curso de primeros auxilios, preparar dinámicas de grupo, etc. Llegamos a la tribu indígena después de 12 horas de bus y 13 horas sobre una chalana teniendo como autovía un río. Ya allí empieza toda una aventura de casi 2 meses. Allí el tiempo no transcurre igual que en una ciudad, para empezar porque esos indígenas no usaban reloj y el contexto era totalmente natural. Para las clases, teníamos que pensar y pensar cómo lograr darle sentido a lo que enseñábamos utilizando trozos de madera para dibujar en la tierra, piedras, y especies molidas de varios colores para intentar hacer dibujos, es decir, nada de correo electrónico, ni moodle, ni pizarras digitales...
Algunas veces necesitábamos la ayuda del cacique de la tribu para que nos tradujera algunas palabras ya que ciertos términos en español ellos no los conocían y nosotros les ayudábamos a aprender nuevas palabras. Me acuerdo que no podíamos usar espejos ni jabón para ducharnos porque las creencias de esta tribu no admitían este tipo de costumbres. La luz era la del sol, y en la noche el fuego. Lo que aquí llamamos “ir a hacer la compra”, yo en plena selva lo que debía hacer era cruzar un río sobre una canoa e ir a la tribu más cercana a recoger verduras, serpientes, cocodrilos, iguanas y frutas para alimentarnos. Mientras el tiempo pasaba, tratábamos de mostrarle a los chicos: mapas, fotos y libros de acuerdo a las edades de los grupos. Esa tribu que a su manera nos recibió con muchísima ilusión, vivían literalmente de lo que la naturaleza les ofrecía. Para nosotros estaban llenos de carencias y necesidades, pero a ellos les parecía sumamente extraño todas las cosas que necesitan otros seres humanos para vivir: desde artículos de aseo personal, hasta repelentes o gafas de visión.
Ya al llegar a la civilización después de tantos días, me dio la sensación de que había salido del planeta. Como que si se hubiese detenido el tiempo. Ese contexto natural hace que todo adquiera un matiz muy diferente y especial. Por su puesto, al llegar a la ciudad y verme al espejo después de dos meses, me parecía a un náufrago. Esta experiencia da mucho para contar y revivir que si quisiera no me alcanzaría el espacio de esta entrevista para compartirles.
Gustavo Toledo, durante un evento
UI1. Sabemos que además de en otras muchas instituciones, impartiste docencia en un colegio de hijos de diplomáticos en Costa Rica. Suponemos que fue una experiencia radicalmente distinta a la vivida en la selva. Colocando en una balanza ambas, ¿Cuál te marcó más? En los alumnos, ¿qué diferencias sustanciales podías percibir?
Lógicamente un mundo totalmente diferente. Por cosas de la vida viví una temporada en Costa Rica. Dicho colegio parecía una ciudad. No le faltaba, materialmente, hablando absolutamente nada. Sin embargo, a muchos alumnos les faltaba algo que ni allí ni en sus casas tenían: atención. Yo estaba en lo que aquí sería 2° de la ESO, es decir, chicos en plena adolescencia pero acostumbrados a pedir cualquier capricho que les apeteciera y así estaban aprendiendo a tratar a los demás. Como en toda clase, siempre está aquel alumno más problemático que el resto. Era una joven llena de problemas de conducta. En la clase era terrible, pero al salir de la misma era un tanto frágil. Un día, yo llegando al colegio, me la encuentro y me dio la sensación de que algo le pasaba. Me le acerqué y empecé a conversar con ella y me comparte que tiene meses sin ver a sus padres y solo sabe de ellos por medio de la chica de servicio de su casa. Poco a poco fui tratándola y dándole pequeños trabajos con algunas cosas sencillas en la clase. Al fin del curso, logré verle la cara a su madre, y como era de esperar, era toda una dama aristócrata. Recuerdo que la señora me dijo: “Profesor Toledo, no sé qué ha hecho con mi hija que ahora si le gusta venir al colegio”, yo recuerdo que le dije: “trate de conocer a su hija Señora, ella le necesita”. Más nunca volví a ver a esa señora…
Las dos experiencias (la de la selva y la del colegio de clase alta) forman parte de mi currículum de vida. Aprendí que si tenemos poco o no tenemos nada, si no somos felices, no tiene ningún sentido.
UI1. Afirmas que para ti, la universidad es una necesidad fisiológica. ¿Podríamos decir que sientes una verdadera adicción por aprender y enseñar? Danos las 4 razones fundamentales que te mantengan “enganchado” al aprendizaje.
¡Jajajaja! Creo que es una muy buena adicción. ¡Nunca mejor dicho! Si, así es, siento necesidad por aprender y enseñar. Como he dicho inicialmente no tengo reparo en decir que he nacido para esto y esta Universidad me ha dado la oportunidad para seguir realizándome como persona y como profesional. Razones muchas, pero intentaré compartir cuatro: 1) Me hace feliz hacer lo que hago. 2) Es muy satisfactorio ayudar y orientar a otro ser humano y poder combinar experiencia con preparación profesional. 3) Hay que ponerle sal y pimienta a la vida para que tenga sabor, y en este contexto he conseguido el espacio perfecto para hacerlo. 4) SI tanto he estudiado, a alguien tiene que servirle todo lo que he hecho. Y yo decidí que mis estudiantes serían mis beneficiarios
UI1. Para los futuros docentes que actualmente se están formando en la Universidad Isabel I, en los Grados de educación Primaria e Infantil y en el Máster de Profesorado, dales un buen consejo para que enfrenten con garantías su primer día en la escuela.
Más que consejo es una sugerencia… cuando estén al frente de sus alumnos, acuérdense del momento en que estuvieron en ese lugar… Si sienten un temblor en el estómago, si se les nubla la mente, y si ven la puerta mientras ven el reloj, pues van por el camino correcto ya que eso se llama emoción (y nervios desde luego). A todos nos pasó cuando nos iniciamos como docentes. Si por el contrario no sienten esa chispa por orientar, acompañar o ayudar a que otros descubran, sería buena idea repensar las cosas a tiempo ya que la educación es un arma poderosa y solo debe reposar sobre manos responsables.
Para cerrar este acercamiento a la figura de nuestro profesor, Gustavo Toledo, nos quedamos con esta reflexión que nos parece fundamental.
No es necesario acumular muchos títulos. Eso no te va a hacer mejor ni peor profesor. Lo que va a marcar la diferencia es la cercanía con el estudiante.
Muchas gracias por regalarnos un poco de tu tiempo. Es un verdadero placer descubrir la pasión con la que hablas de tu profesión.
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