12 de septiembre de 2020. La Coordinadora del Grado de Nutrición Humana y Dietética de la Universidad Isabel I, María Soto Célix, publica en el semanario “Buenavida” del diario El País un análisis sobre las dietas. La docente señala que hay que distinguir entre hambre y apetito. “El hambre es la necesidad fisiológica de ingerir alimentos para obtener energía y los nutrientes que necesita el organismo, mientras que el apetito es el deseo consciente de comer algún producto concreto”.
La docente de la Universidad Isabel I es miembro del Grupo de Especialización de Nutrición Clínica de la Academia Española de Nutrición y Dietética. En el reportaje nutricional explica que “A la hora de querer o necesitar alimentos, hay varios aspectos que se interaccionan: neurobiológicos, fisiológicos y psicológicos, señales hormonales, sensoriales, metabólicas… contracciones gástricas que llegan a generar malestar con náuseas e irritabilidad”, de ahí la razón por la que cuando tenemos hambre nos ponemos de mal humor. Otros elementos importantes a tener en cuenta son “la bajada del nivel de glicerina o glucosa en sangre”, que provocan debilidad en la persona y eso lleva a que, en ocasiones, pensemos en darnos un premio o un capricho a la hora de comer.
María Soto explica que las propias características organolépticas de los alimentos, como el color, el olor, la textura o el sabor envían información al cerebro y libera señales que llegan al sistema nervioso central que a su vez hace un análisis del balance energético. Es en ese momento en el que lanza mensajes que provocan sensaciones de hambre o saciedad. A partir de aquí “las proteínas son macronutrientes que más sacian, seguidas de los hidratos de carbono”, que liberan insulina a corto plazo e inhiben el hambre. Por su parte, las grasas tienen “un efecto saciante muy limitado”.
La sensación de hambre, explica la docente, aumenta con el ayuno y disminuye con el sueño, razón por la que “por la mañana tenemos menos y a mediodía más”.
La coordinadora del Grado de Nutrición argumenta que los sentidos juegan un papel importante en la alimentación. Para la vista, “un plato bonito, jugoso y colorido anima a disfrutar mientras que si es desagradable a los ojos puede asociarse inconscientemente a algo tóxico”. Y lo mismo ocurre con el olfato. Respecto al gusto, supone el 80% del sabor ya que favorece “los reflejos como la salivación, masticación…). El oído ayuda a valorar si algo está fresco (crujir de patatas, pan recién horneado…) y el tacto, es responsable de un 10% del sabor e influye “en la aceptación de muchos platos”.
La docente de la Universidad Isabel I añade que “en ocasiones comemos sin hambre y puede dar lugar a sobre-ingestas”, con lo que hay que tener cuidado con este tipo de hábitos.