Andrés Seoane Fuente - Mié, 23/08/2017 - 08:40
Un médico reputado, de prestigio. ¿Quién iba intuir en él una tendencia asesina? Nadie. Y supo aprovecharse de ello. Harold Frederick Shipman (Nottingham, 1946) fue condenado en el año 2000 a 15 cadenas perpetuas por asesinar a 15 de sus pacientes, pero la policía estimó que podría haber matado hasta 218 entre 1970 y 1998, lo que le convierte en uno de los asesinos en serie más letales de la historia moderna. Apodado doctor muerte, Shipman motivó muchas modificaciones de la legislación británica relativa a medicina y cuidado médico.
Durante cerca de dos décadas, Shipman pasó por varias clínicas y hospitales hasta abrir, junto a su mujer, su propio centro médico. Su esposa nunca supo de su instinto asesino, y el doctor era muy querido en la localidad por la cercanía y trato agradable a sus pacientes, así como por desplazarse hasta a su casa para visitarles. La investigación que llevó a cabo la policía años después, evidenciaría que en todo ese tiempo desarrolló su comportamiento homicida compulsivo.
El médico estaba integrado en la sociedad, un elemento que facilitó la continuidad de sus asesinatos en el tiempo, según indica el psicólogo forense David Holmes, que analizó el caso en profundidad. Este hecho se sumaba a una técnica muy trabajada para administrar dosis mortales de morfina, en la que Shipman elegía a posibles víctimas de avanzada edad que no levantaran sospechas sobre las causas de su muerte, por lo que tampoco necesitaba deshacerse del cuerpo. Nadie desconfiaba. O eso pensaba el doctor muerte.
Deborah Bambroffe, trabajadora de la funeraria del pueblo, siempre coincidía con Shipman a la hora de recoger los cuerpos de las fallecidas, dado que la gran mayoría de personas que asesinó eran mujeres. Un hecho despertó su recelo: siempre que llegaba a la casa para recoger el cuerpo, la víctima estaba vestida. Comenzó a hacer algunas averiguaciones, y confirmó el elevado número de certificados de defunción que llevaban la rúbrica de Shipman. Demasiada casualidad.
Aunque intentó que un juez respaldar su investigación para meter entre rejas al doctor muerte, el policía encargado de llevar el caso decidió cerrarlo sin demasiados esfuerzos por encontrar pruebas que le incriminasen. No obstante, sería un error del propio Shipman lo que acabaría dando con sus huesos en la cárcel.
En su último asesinato, mató a la que fuera alcaldesa del pueblo. Kathleen Grundy murió dejando a su hija una herencia de 300.000 libras, que el doctor muerte quiso agenciarse. Falsificó el testamento. Pecó de avaricioso. La hija lo denunció. Y el terminó en prisión. El 31 de enero del año 2000 se le declaró culpable y fue condenado a 15 cadenas perpetuas. La investigación continúo tras encerrarle, por los indicios que apuntaban a un posible número de víctimas mucho mayor. Hasta 218 se le atribuyeron. Pero no volvió a ser juzgado por ello, ya que apenas cuatro años después de su ingreso entre rejas, se ahorcó en su celda.
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