Angela Victoria Hoyo Ramiro - Lun, 08/11/2021 - 09:24
Serie: 'El ABC de la Psicología' (V)
Los medios de comunicación vienen últimamente haciéndose eco de una serie de la popular plataforma Netflix que causa furor entre los más jóvenes de la sociedad. Se trata de “El Juego del Calamar”. La popularidad de la serie es tal que aspira a convertirse en la serie más visionada de la historia. Aunque no está recomendada para menores de 16 años, se ha hecho hueco y popularizado entre el público infantil. Puedes ver su tráiler oficial aquí:
La trama de la serie muestra a personas que pasan por circunstancias socioeconómicas desfavorecidas y que son “invitadas” a participar en juegos infantiles en los que compiten por conseguir una cuantiosa suma de dinero. La clave es el alto precio que se paga por perder en el juego: quien pierde es brutalmente asesinado. Así, lo que comienza como un juego termina convirtiéndose en un espectáculo de violencia. Las implicaciones de la serie son muchas y van más allá de la exposición de los menores a la violencia. Podría definirse a la serie como una ficción distópica que aborda asuntos como el capitalismo desenfrenado, la ambición y la falta de ética y moral en la consecución del éxito. Se escenifica un juego creado por las élites y que deshumaniza a los jugadores, al tiempo que crea en ellos la necesidad de estar agradecidos por la (ínfima) oportunidad de éxito que se les brinda.
A la luz de la trama de la serie y de su ya mencionada popularidad, no es de extrañar el revuelo que ha suscitado. Entre las múltiples implicaciones ligadas a El Juego del Calamar, abordo aquí la cuestión de las repercusiones que conlleva para los menores la exposición a la violencia. En este sentido, profesionales de la docencia y la psicología han alertado sobre la peligrosidad que comporta para los pequeños de la casa el tener fácil acceso a contenidos violentos. Sirva a modo de ejemplo la entrevista realizada por Ideal Granada a Charo Rueda, Catedrática en psicología. Charo Rueda subraya la gravedad que comporta que la serie muestre un uso normalizado de la violencia dentro de un juego infantil que conlleva un fatal desenlace. La Catedrática plantea asimismo una implicación fundamental: los niños pueden interiorizar que un mundo que hace un uso normalizado de la violencia es factible.
En línea con ese planteamiento, la comunidad educativa viene alertando que los niños reproducen en sus juegos cotidianos comportamientos observados en la serie. En una entrevista realizada por El País, Sonia López, psicopedagoga y formadora de familias advierte que lo problemático es que, en el contexto del recreo, quienes han visto la serie comienzan a reproducir escenas de la misma, y quienes no la han visto no se quedan al margen, sino que intervienen en el juego.
Se podría afirmar por tanto que el problema se inicia cuando el primer filtro (el parental) falla y algunos niños acceden al contenido inadecuado. Llegados a este punto, nos podríamos plantear la siguiente pregunta: ¿cuán grave es que aquellos niños que no han visto El Juego del Calamar observen a sus compañeros comportándose según lo que han visto en la serie? Podemos afirmar que la psicología se halla en situación de proporcionar una respuesta a esta pregunta. La ciencia psicológica ha documentado que existe un tipo de aprendizaje que se produce por la observación de modelos; se trata del aprendizaje por observación o modelado, conceptualizado por la Teoría del Aprendizaje Social (Bandura, 1977). La idea clave es que se pueden adquirir hábitos y conductas a través de observar a otras personas realizándolos. Bandura llevó a cabo una investigación muy famosa (el experimento del muñeco Bobo), mediante el que trató de ilustrar la implicación de este mecanismo de aprendizaje en la adquisición infantil de la conducta agresiva. En el experimento, mientras un grupo de niños observaba a un modelo adulto comportarse de forma violenta con el muñeco Bobo, un segundo grupo observó a un modelo adulto que no se comportaba violentamente con el muñeco, y un tercer grupo no observó a ningún modelo adulto. Lo interesante de esta investigación es que mostró que aquellos niños que habían observado al modelo adulto agresivo reproducían posteriormente un comportamiento agresivo cuando se les permitía interactuar en solitario con el muñeco agredido.
Así, a sabiendas del riesgo que hay de que en base a este mecanismo de imitación los comportamientos se generalicen y por ello se extiendan a niños que no han visualizado la serie, nos podemos preguntar qué se puede hacer para contrarrestar los efectos de la exposición a la violencia. Esto nos conduce a una cuestión, la de cómo abordar la exposición de los menores a la violencia, que no ha recibido respuesta definitiva y en torno a la cual el debate permanece abierto. La polémica generada a raíz de El Juego del Calamar ha dado lugar a que los medios de comunicación traten de documentar las aportaciones realizadas en este aspecto por profesionales de la educación y la psicología. La cierta disparidad de aportaciones pone de manifiesto que el debate no ha sido cerrado y no hay una conclusión definitiva sobre cómo proceder. Por una parte, se propugna la necesidad de concienciar a los padres y madres en su responsabilidad a la hora de controlar el contenido audiovisual al que acceden sus hijos. Por otra, no se recomienda prohibir los juegos y comportamientos inspirados en la serie, pero sí promover juegos alternativos. Además, se subraya que los niños no cuentan con un suficiente desarrollo en sus capacidades cognitivas que les ayude a entender la información presentada. Por ello, se plantea la implementación de debates en formato accesible al alumnado (es decir, adaptados a su estadio evolutivo). Por ejemplo, se propone que aquellos adolescentes que tengan edad legal para ver la serie lo hagan en compañía de un adulto con el que puedan dialogar, y de esta forma se les ayude a comprender la serie más allá de los aspectos superficiales de expresión de violencia.
En conclusión, en la medida en que la industria audiovisual parece mostrarse insensible ante los efectos que genera la exposición a la violencia, podemos al menos apoyarnos en las aportaciones que desde la psicología como ciencia pueden hacerse para contrarrestar la banalización de la violencia. En concreto, la psicología puede dotar a padres y educadores de herramientas que les ayuden a gestionar adecuadamente las situaciones. La creación de espacios de diálogo y comprensión en los que a través de la reflexión y la crítica se aspire a aminorar el impacto de la exposición a la violencia puede ser una vía prometedora.
Referencias:
Bandura, A. (1977). Social learning theory. Prentice Hall.
Bandura, A., Ross, D., & Ross, S. A. (1961). Transmission of aggression through the imitation of aggressive models. Journal of Abnormal and Social Psychology, 63, 575 – 582.
El País (2021, octubre 20). “El juego del calamar” se cuela en el patio del colegio: ¿realmente es un problema? [Artículo de Prensa].
El Periódico de Aragón (2021, octubre 26). “El juego del calamar” no es cosa de niños [Artículo de Prensa].
Ideal Granada (2021, octubre 23). Lo grave de “El juego del calamar” es que la violencia se pone en un contexto infantil” [Artículo de Prensa].
Editor: Universidad Isabel I
ISSN 2792-1832
Burgos, España
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