Adolfo López Novas Profesor del Grado en Filosofía, Política y Economía
Mar, 13/08/2024 - 09:39

Personas durmiendo sobre una mesaPersonas cansadas durmiendo sobre una mesa.

Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (IX)

La vida en la ciudad ha entrado en una fase por la cual el ritmo de vida se ha visto acelerado. Algunas de las causas que podemos encontrar al respecto de este fenómeno es el crecimiento de las ciudades, la gentrificación y la necesidad de realizar muchas pequeñas tareas en pequeños espacios de tiempo. La cosa se complica exponencialmente cuando hay hijos y la ciudad en la que vives es tan grande como Madrid o Barcelona.

Pero el problema de la ciudad es uno más en esta vorágine del no parar. A menudo, el trabajo y los ritmos productivos, junto con el imperativo a estar siempre activo, a no vaguear, nos sume en un problema filosófico: no somos dueños de nuestro tiempo, carecemos de tiempo para nosotros mismos. En 1936 el economista inglés John Maynard Keynes escribía La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, donde, entre otras cuestiones, Keynes daba cuenta del enorme progreso que se había generado en la producción gracias a las máquinas. Gracias a que las máquinas conseguirían un aumento exponencial de la producción, el ser humano no necesitaría trabajar tantas horas y podría dedicar ese tiempo ganado a la producción para cultivarse, ya que la brutalidad social, según su parecer, venía dada por las labores que requieren tareas repetitivas, mecánicas y pesadas. Así, el ser humano progresaría tanto tecnológicamente, como social y moralmente.

Hoy sabemos que el desarrollo tecnológico y el aumento de la producción no sólo no han supuesto la reducción de la jornada laboral sustancialmente, sino que se han aumentado los ritmos de trabajo. En Trabajo, tiempo y dominación social del filósofo Moishe Postone, nos describe cómo el ser humano se ha regido durante siglos por una temporalidad solar para realizar sus tareas, una temporalidad que es al mismo tiempo la del cuerpo, un tiempo que podríamos llamar “natural”. Se trabaja y se descansa cuando el cuerpo lo pide y el sol lo permite. Con la invención del reloj mecánico a principios del siglo XIV, nuestro modo de medir el tiempo dio un cambio drástico para siempre. El tiempo se convertirá así en un elemento de dominación social que, con la invención de la máquina de vapor y su empleo en las fábricas, aumentará de grado. Con la llegada de la máquina, llega el tiempo de la máquina, el de aquello que no tiene vida ni necesita descansar. La dominación social a través del tiempo obtendrá así una nueva variante: la del ritmo, la aceleración del tiempo.

La aceleración del tiempo como elemento de dominación ha sido estudiado por el filósofo de la Escuela de Frankfurt Hartmut Rosa, para quien los individuos se encuentran en una alienación sobre sus propios modos de vida. Esto es, el individuo dentro de un sistema hiperacelerado de trabajo/consumo, es incapaz de reflexionar sobre el modo de vida que quiere tener, no puede detenerse a pensar qué es una vida buena, digna de ser vivida, una vida feliz.

Detener el tiempo

Nuestra sociedad reclama detener el tiempo, pararlo, parar nosotros de hacer cosas. No un descanso que sirva para retomar energías y ser más productivos, un descanso que sea autónomo de la productividad. Miguel Ángel Hernández nos habla en El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo de cómo la siesta es una actividad necesaria para la salud del ser humano. La siesta es como un espacio de recogimiento interior, de reconexión con la materialidad corporal que uno es. Hernández concibe la siesta como un arte de la interrupción con la que paramos el tiempo y lo retornamos a la temporalidad de lo corporal. Contrapone la temporalidad corporal a la temporalidad de la máquina, de lo inerte, expresada en la obra de Jonathan Crary 24/7. El capitalismo al asalto del sueño. Para Crary, el tiempo contemporáneo se rige por el tiempo de la máquina, la cual no necesita de descansar y se encuentra siempre activa; es la temporalidad de lo inerte, de lo que no tiene vida. La industria capitalista, nos dice, está buscando métodos y drogas para que los seres humanos puedan evitarse el descanso y la necesidad diaria de dormir, lo cual no es más que un engorro para la industria capitalista. El capitalismo necesita la constante revalorización del valor, la producción no debe parar, y por ello, tampoco debe cesar el trabajo.

Si hay algo que la industria cultural ha generado desde finales del siglo XX son modos de vida ligados al emprendimiento. Esta industria cultural está vinculada a la producción teórica económica neoliberales. Un modo de vida implementado de esta manera es el de la vida activa: aquella forma de vida diaria en la que uno se ha de encargar de muchas tareas, grandes o pequeñas, que le ocupen el día entero. Mientras que el descanso es un vicio de los vagos, la ocupación es considerada una forma distintiva de aquellos que tienen éxito. Porque se tiene éxito en el trabajo, no se puede descansar, pues hay que mantenerse por encima de los competidores, los cuales esperarán a que se baje la guardia, se descanse, para ocupar su lugar. El no parar es un signo de distinción a aspirar también entre los trabajadores menos pudientes, pero también una necesidad material: parar puede significar un despido, hambre para los hijos, perder la vivienda y quedarse en la calle. No parar es también la precariedad que el sociólogo Jorge Moruno describe en No tengo tiempo. Geografías de la precariedad.

Necesitamos parar y descansar

Como concluye Hernández, sí, descansar es también un lujo que no todo el mundo se puede permitir. El derecho al descanso, a echarse una siesta o a tener tiempo para leer un libro o evadirse viendo una serie o una película, deberíamos concebirlo también como un deber. El deber de cuidarnos, de encontrar un tiempo para sentir el cuerpo que somos y escucharlo: qué necesita, si debemos tumbarnos y dejar que nos cuiden para poder cuidarnos a nosotros mismos. Hemos de retomar esta conexión con nuestro cuerpo y reivindicar una temporalidad que no esté ligada a los ritmos productivos de la máquina: siempre en funcionamiento, en una producción incesante y exponencial bajo un ritmo acelerado. Una temporalidad de lo inerte que no tiene en cuenta la vida ni sus ritmos, que nos envenena y nos mata. Necesitamos parar y descansar. Yo me voy a dormir la siesta.

¡Que descanséis!

Editor: Universidad Isabel I

ISSN: 3020-1411

Burgos, España

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