María Eugenia Álava - Mié, 18/10/2023 - 08:10
Libro y letras, metáfora de la literatura.
Serie: 'Bites of wisdom' (III)
Los sonetos de Shakespeare son un clásico de seducción en cualquier idioma del mundo. Enviar uno de sus hexámetros dactílicos a nuestros amantes es la mejor manera de asegurar que volverá a nosotros. Sin embargo, ¿qué sucede cuando enviamos un soneto de Shakespeare en un idioma distinto a su maravilloso inglés isabelino? ¿Sigue siendo una composición shakespeareana o es más bien un poema de su traductor?
La traducción de la literatura siempre ha supuesto un desafío para la filología. Las implicaciones son muy variadas y los debates casi infinitos. En particular, la poesía presenta varios problemas formales en tanto que el metro y el ritmo originales se pierden con la traducción. Los mejores traductores de poesía logran conseguir una conservación de la métrica y el ritmo lo más similar posible a los originales. También logran mantener unas relaciones simbólicas más o menos parecidas a las de la lengua de origen de la composición. Pero lo cierto es que cuando leemos un poema de Baudelaire o de Rimbaud en castellano sabemos que nos estamos perdiendo gran parte de su efecto lírico. Parece que los simbolistas franceses no pueden ser simbolistas “españoles”.
El debate en torno a la traducción de la literatura viene de tiempo atrás. Ángel-Luis Pujante es considerado el mejor traductor de la obra dramática de Shakespeare a la lengua castellana y él mismo ha reconocido en numerosas ocasiones los desafíos de la traducción literaria. Desde los problemas sintácticos y morfosintácticos, al riesgo antropológico y cultural que supone el hecho de no ser cuidadoso con los contextos de la obra, la traducción supone una desvirtualización del contenido del original en muchos aspectos. Se trata de minimizar el riesgo, sí, pero tenemos que asumir ciertas pérdidas.
Hace poco la revista cultural turolense Turia preparó un monográfico sobre la traducción en España en cuya introducción Carlos Fortea afirmaba que los traductores han sido siempre acusados de “retorcer” la lengua cuando su trabajo real consiste en “exprimirla”. Efectivamente, traductores renombrados como Carlos García Gual, Luis Pegenaute o Nuria Molinez Galarza subrayan en el monográfico la importancia de la traducción para ensanchar las fronteras culturales de los idiomas y de sus hablantes. Pero todo ello ha de pasar por un minuciosísimo trabajo de concreción y rigor poéticos. Sin duda es mejor acceder a los textos que no hacerlo, pero es importante optar por traducciones validadas por la calidad de sus “autores de intercambio”.
Entendemos entonces que la autoría de la traducción es fundamental para validar los textos que recibimos de otras lenguas y para tener la confianza de que nos acercamos al original con la mayor garantía. Sin duda, aprender nuevos idiomas para enfrentarnos a los originales es lo más deseable, pero no siempre es posible en tiempo y forma. Entre tanto, la labor de traducción nos salva del analfabetismo; porque ¿qué habrían hecho las mujeres españolas en los años sesenta si no hubiesen podido comprender los textos feministas de Simone de Beauvoir?
Un alto en el camino: las traducciones de y a las lenguas cooficiales
Desde que en el país multilingüe que es España las lenguas cooficiales dejaron de estar prohibidas por el régimen dictatorial de Franco, la traducción ha sido una gran aliada para la enseñanza de idiomas en nuestro país. La traducción intercultural implica decisiones simbólicas de gran peso que se acrecientan cuando se trata de nuestras lenguas cooficiales, por las grandes implicaciones sentimentales que los traductores suelen tener.
Cuando Obabakoak se tradujo al castellano en 1989, su autor tuvo que tomar importantes decisiones en materia de símbolos, naturalmente vascos, que era difícil explicar en castellano. En muchas ocasiones, como el propio título de la novela, Atxaga optó por dejarlos en Euskera. Quizás no era tan necesario que el lector español conociese el significado exacto de la palabra, tanto como que apreciase su etimología original... Ese tipo de decisiones de traducción son de gran relevancia para el campo de la enseñanza de lenguas. Y no siempre es el propio autor de la obra, como en el ejemplo anterior de Bernardo Atxaga, el que las toma. Por ello, la precaución con la que debemos tomar esos textos literarios traducidos es aún mayor. La autoría del traductor cobra una relevancia específica.
Las traducciones para la enseñanza de idiomas: ¿qué debemos tener en cuenta?
Cuando un profesor selecciona un texto literario traducido para enseñar un idioma, lo más probable que muchos elementos filológicos se hayan alterado y, con ellos, también elementos culturales de la lengua de origen, que se han adaptado a la lengua de destino. Es fundamental que el profesor conozca estas variaciones para no perpetuar situaciones de aculturación y de sobre expresión de una lengua sobre la otra. Si lo hace, por otro lado, logrará una enseñanza más rica puesto que hará el doble de lo que podría ser la mitad.
Si escogemos, por ejemplo, una obra shakespeareana traducida para enseñar castellano podremos hacer referencia a la cultura de origen, la británica, y así lograremos que nuestros estudiantes (ingleses) sientan una conexión más fuerte con el idioma que desean aprender. Igualmente, si escogemos un teatro de Calderón traducido al inglés, nuestros estudiantes (españoles) podrán aprender la lengua meta desde sus propias raíces culturales.
Lo deseable, finalmente, sería que en algún punto ulterior de su aprendizaje pudieran ser capaces de comparar las obras traducidas con su versión original. E incluso conseguir reflexionar sobre los procesos de intercesión de ambas culturas históricamente. ¿En qué punto de desarrollo estaba España en el mapa del mundo cuando escribieron nuestros poetas barrocos? ¿Qué relación tenían con los poetas ingleses? Si conseguimos llegar a este tipo de cuestiones en nuestras clases, a través de los textos literarios traducidos, habremos conseguido un entendimiento muy profundo de los textos y de sus contextos. Una conexión muy profunda entre la lengua madre y la lengua meta al fin y al cabo.
Llegada a puerto: siempre es mejor leer que no leer
El desarrollo de la profesión de los traductores ha supuesto para la literatura un avance sin límites desde tiempos inmemoriales. En España, en las últimas décadas del siglo XX, con la llegada de la democracia, esta labor creció exponencialmente ya que el mercado editorial permitía la difusión de los textos sin ambages.
Debemos a nuestros traductores nuestra capacidad de globalizar nuestro pensamiento, de insertarnos en las tradiciones internacionales sin movernos del sofá y de poder comprender el pensamiento de nuestros semejantes en otras partes del mundo. Aquello que Octavio Paz denominaba “universalidad del espíritu”.
Siempre es mejor leer que no leer, pero debemos escoger a nuestros mejores autores, también cuando se trata de elegir traductor, para estar seguros de que el conocimiento llega hasta nosotros de la manera más limpia posible.
Bibliografía
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