Vanesa Abarca Abarca - Mié, 20/11/2019 - 16:50
Serie: 'A vueltas con la Economía' (XXXVI)
Hoy se cumple 30 años del inicio de la llamada Revolución de Terciopelo en la extinta Checoslovaquia, alentado este movimiento por la caída del Muro de Berlín apenas 21 días antes.
El colapso de la Unión Soviética perceptible desde los años 70 del pasado siglo, tanto en el plano político como, especialmente, en el económico gestó el desenlace. Es cierto que las economías capitalistas de Occidente no vivían un periodo de bonanza en los años 80, más bien todo lo contrario: los efectos de las Crisis del Petróleo de la década anterior, la reestructuración productiva o la redefinición del paradigma económico y del Estado del Bienestar ocupaban la agenda política y económica. La teoría keynesiana que había tutelado la economía occidental después de la Segunda Guerra Mundial resultó incapaz, no de entender la economía del momento sino de ofrecer instrumentos económicos para superar el periodo de estanflación, en una próxima entrada me ocuparé de esta cuestión.
Pero ¿qué motivó la caída del sistema económico socialista?
La enumeración de las causas del colapso socialista es extensa, también es necesario señalar que su medición económica se torna imposible, dado que no contamos con estadísticas oficiales confiables. En líneas generales, los economistas han señalado a la ineficacia de la planificación centralizada, la obsolescencia tecnológica, el elevado gasto militar y una mano de obra cada vez más desmotivada como las claves de la incompetencia socialista.
El problema era mayúsculo y complejo de resolver para los planificadores socialistas y radicaba en la no observancia de la Productividad Total de los Factores (PTF) en sus modelos de crecimiento. Es decir, los dirigentes socialistas se centraron más en el objetivo del crecimiento económico duro, en el crecimiento fruto de la acumulación de factores de producción en el sistema económico sin analizar el uso eficiente de esos recursos, sin medir efectivamente la contribución al crecimiento de la productividad asociado al progreso tecnológico. He de señalar, que este es un mal del que no se libran las economías capitalistas, especialmente aquellas que mantenían y mantienen un sector público empresarial significativo. Este era el caso de España en los años 80 y que, al igual que los países socialistas, sufrió una profunda reconversión industrial cuyas consecuencias económicas y sociales aún son perceptibles.
Volviendo al asunto que nos ocupa, las movilizaciones democráticas que provocaron la caída del sistema socialista estaban sustentadas por la incapacidad de su economía socialista de progresar, no quiero decir que antes no las hubiese, claro que sí las hubo, pero estas solo triunfaron cuando la economía reveló su inutilidad. Esta es una lección que, si aprendió Deng Xiaoping, probablemente, el mejor dirigente chino de los últimos siglos, al menos el más efectivo en cazar ratones.
Editor: 30/11/2019 Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-398
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