Juan Bagur Taltavull - Vie, 23/04/2021 - 09:00
Doña María Pacheco después de Villalar, de Vicente Borrás y Mompó. 1881. (Museo del Prado, Madrid).
Los acontecimientos históricos no solamente son relevantes en sí mismos, esto es, por los hechos objetivos que provocaron. También es fundamental la interpretación que después se hizo de ellos, entre otras cosas porque permiten generar un relato histórico que dota de sentido al presente y orienta la acción hacia el futuro. Aunque este proceso siempre ha ocurrido, un momento en el que fue muy evidente es el siglo XIX, cuando dos de las grandes ideologías de la Edad Contemporánea, el liberalismo y el nacionalismo, volvieron sus ojos hacia el pretérito con fines políticos.
Con esto en mente podemos acercarnos al movimiento de los Comuneros, cuya derrota en Villalar en 1521 conmemoramos quinientos años después. La aventura de Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado sirvió como ejemplo humano, referente ideológico e inspiración política a generaciones de intelectuales y activistas españoles. Así ocurrió en el momento fundacional del liberalismo en España, las Cortes de Cádiz de 1810, cuando pensadores como Francisco Martínez Marina establecieron una conexión histórica entre sí mismos y los castellanos que se alzaron contra Carlos I. Lo hicieron por dos motivos: por un lado, porque el patriotismo que acompañó a los españoles reunidos en la ciudad andaluza necesitaba un modelo histórico de lucha contra la tiranía, y en este sentido fue eficaz la identificación del nieto de los Reyes Católicos, que pretendía hacerse emperador, con Napoleón Bonaparte, que se intituló así en 1804. Pero además, hemos de tener en mente que no puede hablarse de liberalismo, sino de liberalismos, y que si existió una vertiente del mismo que quería hacer tabula rasa con el pasado y construir un proyecto de individuos sin lazos históricos, también se desarrolló un planteamiento historicista que creía que el árbol de la libertad se había plantado en la Edad Media y que a partir de ahí fue brotando a lo largo de los siglos.
Este segundo modelo era el más común en Inglaterra, y otro de sus principales exponentes en España fue Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862). Entre 1813 y 1814 representó al Reino de Granada en las Cortes gaditanas, y estrenó una obra de teatro de gran interés La viuda de Padilla. Tal y como avanza el título, la protagonista es María Pacheco, mujer del héroe comunero, que fue convertida por el granadino en una personificación de la nación española, dispuesta a luchar hasta la muerte para evitar el triunfo de la tiranía. La obra narraba los acontecimientos inmediatamente posteriores a la tragedia de Villalar, cuando Toledo se debatía entre la resistencia heroica y la rendición interesada. Así, esta obra de teatro que se estrenó en una ciudad, Cádiz, amenazada por los franceses, establecía solamente dos opciones: 'o muerte o libertad'.
Francisco Martínez de la Rosa. Biografía.
Pero Martínez de la Rosa no únicamente quería exaltar los ánimos de sus compatriotas, sino dejar bien claro que su actitud, además de liberal, era española. Esto lo explicó mejor en un Bosquejo de las comunidades de Castilla con el que prologó la edición de la obra teatral en 1814. Considerando que los comuneros no eran del todo bien conocidos, se documentó ampliamente con fuentes del siglo XVI (la Crónica de Pedro Mejía, la Relación de Pedro Alocer, etc.) para sostener una visión de la historia de España que tiene dos elementos. Por un lado, planteaba que su carácter nacional se identificaba con la libertad, una virtud por la que se había combatido sin descanso desde el Medioevo, y cuya principal manifestación política era la Monarquía parlamentaria o 'templada'. Por otro, recurría a una interpretación de la génesis de España que hablaba de un nacimiento en la Edad Media, un momento de esplendor con los Reyes Católicos, y otro de decadencia iniciado en 1521. A partir de ahí, aseguraba que después de tres siglos de opresión, llegaba con la Constitución de 1812 la ocasión de que el moribundo y lacerado cuerpo de la patria resucitase.
En este sentido, es fundamental que el autor de La viuda resaltara que el concepto de libertad de los comuneros no tenía nada que ver con el de los jacobinos franceses, que habían intentado dar paso a una nueva era histórica haciendo borrón y cuenta nueva con el pasado. Los héroes de Villalar no eran revolucionarios, sino defensores de las 'leyes fundamentales del reino', y si se alzaron contra Carlos I era precisamente porque él no las había hecho cumplir. Frente al modelo de la Constitución francesa de 1793, Martínez de la Rosa defendía la Constitución de Inglaterra, no escrita pero sí reconocida por una tradición que emanaba de la Carta Magna de 1215 y que había consolidado la Declaración de Derechos de 1689. Decía sentirse orgulloso de que los principios que habían garantizado aquellas libertades antes hubieran guiado a los comuneros. Pero se lamentaba por el hecho de que, además de ser derrotados, no hubieran sido capaces de establecer instituciones que fueran afianzando la libertad. Precisamente, él que hacía de la Santa Junta creada en 1520 el precedente de las Cortes instauradas en 1810, aprendía de su error y se convertía en un firme defensor de la Constitución de 1812.
En definitiva, Martínez de la Rosa se integró en una corriente de pensamiento liberal de carácter historicista, y convirtió a los comuneros en integrantes de una tradición sobre la que quería cimentar el Estado-nación del siglo XIX. Por ello se comprometió activamente en la política española durante varias décadas, jugando entre otros papeles el de impulsor del Estatuto Real de 1834 y permaneciendo como diputado desde 1837 hasta 1862. Nación y libertad eran para él dos caras inseparables de una misma moneda, y de ahí que nadie como Padilla y sus seguidores encarnaran su interpretación de la política. Volvió a reivindicarlos en su monumental Espíritu del siglo, de diez tomos publicados entre 1835 y 1851, y se refirió a ellos como ejemplo en intervenciones parlamentarias. Con esto demostró que la gesta comunera trascendió hasta la Edad Contemporánea, pues aunque no fuera del todo objetiva la interpretación que hizo de sus protagonistas, la historia se convirtió en mito y permitió la autocomprensión de varias generaciones de liberales españoles.
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