Andrés Seoane Fuente - Jue, 21/09/2017 - 11:53
Javier abre la puerta de la casa de sus padres cada día. Todos los días. Su padre, Manuel, le recibe con una sonrisa, sincera pero ya incapaz de esconder el cansancio de toda una vida en las comisuras de los labios. La edad no es lo que más le pesa. Ser el primer paladín en la guerra contra el olvido que libra su mujer, Teresa, cada hora, cada minuto y cada segundo, sí. La fatiga le pesa, pero su amor vence. Más aún cuando ese enemigo invisible, en su incesante guerra, ha traído un prisionero de valor incalculable: la sorpresa de la alegría.
Javier camina hacia el cuarto de estar. La puerta está entreabierta, y antes de entrar observa a su madre por la rendija. Teresa se enfrenta a sí misma empuñando un bolígrafo y dejando su tinta en el papel, como si cada trazo le devolviera un recuerdo. Nunca se ha rendido. Nunca lo hará. Aunque, dentro de poco, acordarse de ese hambre de recuperar la memoria será otra batalla perdida.
Lo que sucede cuando Javier abre la puerta es sencillamente mágico. Aunque él lo viva cada vez que visita a sus padres desde que volvió de Oriente Medio. Teresa le ve. El ruido del bolígrafo contra el papel al caerse de entre sus dedos es el único sonido en varios segundos. Abre la boca despacio y se la tapa lentamente con sus temblorosas manos, mientras se levanta de la silla. Con apenas un hilo de voz, la palabra “hijo…” se escapa de su garganta como si no la hubiera pronunciado antes. Después, el abrazo. Sus mejillas, húmedas, se hunden en el pecho de Javier. Una ausencia que se pensaba imposible de resolver no puede tener otro desenlace cuando el final es de cuento de hadas. Javier pide a su madre que se tranquilice, le insiste en que está bien y se sienta con ella. Le agarra sus manos. Le mira a los ojos. Vuelve a decirle que está bien.
A partir de aquí, la historia de cada día. Ese relato en el que Javier le cuenta la verdad innegable, que fue a Siria como reportero de guerra y que le capturaron, y en la que omite las dos partes más dolorosas: el infierno físico de su cautiverio y el dolor de su alma al regresar y encontrarse con su madre, que cada día vuelve a verlo sin recordar que hace ya mucho tiempo que regresó de aquella desaparición. Que cada día vuelve a contarle la misma historia.
Javier, a pesar de todo, sonríe cuando termina de hablar con su madre y vuelve a casa. Camina pensando en la alegría que debe invadirla cada vez que le ve cruzar el umbral de la puerta. Intenta imaginarse cómo debe ser vivir con una sorpresa así cada día de su vida. Y aunque sabe que siempre echará de menos a la Teresa que dejó antes de irse a retratar la guerra, está seguro de que no puede hacerle un regalo mayor que devolverle a su hijo todos los días de su vida.
Tuitéalo: "El coste mundial del Alzheimer supera el valor de mercado de empresas como Apple o Google"
El informe de la Fundación del Cerebro ‘Impacto Social de la Enfermedad de Alzheimer y otras Demencias', apunta que esta demencia es una de las enfermedades crónicas más frecuentes, con una prevalencia de entre el 4% y el 9% en la población española de más de 65 años, que alcanza entre el 31% y el 54% cuando se superan los 90. A falta de datos oficiales, se estima que entre 500.000 y 600.000 personas padecen Alzheimer en España, y se proyecta que en 2050 alcancen el millón. El coste por paciente oscila entre 27.000 y 37.000 euros anuales y es asumido en un 87% por las familias, que cuidan a cuatro de cada cinco enfermos con esta demencia. La organización Alzheimer´s Disease International maneja datos que sitúan el coste mundial de la demencia en el año 2015 en 818.000 millones de dólares, y para 2018 se calcula que podría convertirse en la enfermedad del billón de dólares, ascendiendo a dos billones en 2030. Si se compara su coste con una empresa, tendría un valor de mercado por encima del de Apple (724.000 millones) o Google (368.000 millones).
A pesar de las abrumadoras cifras, y de que se trata de una enfermedad aún incurable, expertos científicos de distintos centros investigadores coinciden en que los avances realizados durante los últimos años son “espectaculares”, y poco a poco van acercando un futuro cada vez más prometedor en cuanto al diagnóstico temprano y acertado del Alzheimer y su tratamiento.
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