Bandera de País Vasco enlazada, como símbolo de la situación convulsa en esta región durante más de 50 años.
25 de enero de 2022. David Mota Zurdo, coordinador del Grado en Historia, Geografía e Historia del Arte de la Universidad Isabel I acaba de publicar un artículo junto a Gaizka Fernández Soldevilla, del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, sobre la historia de ETA desde su nacimiento en julio de 1959 hasta su disolución en octubre de 2011. Este artículo se publica en la Revista de Ciencia Política de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) en su número 44, que analiza cuestiones de Teoría Política e Historia.
El artículo inicia su andadura detallando el contexto histórico en el que se creó esta organización terrorista, para continuar explicando sus acciones, el impacto sobre la sociedad que provocaron sus atentados, así como las estrategias políticas y de acción que se generaron en su entorno como son la espiral de acción-reacción, la socialización del sufrimiento o el impacto mediático.
‘Una historia de ETA: origen, actividad y derrota (1959-2011)’, es el título de este artículo que profundiza en las respuestas implementadas por los diferentes gobiernos de España en sus 52 años de actividad, incluyendo tanto las mejoras en las tácticas policiales como la estrategia ilegítima del terrorismo de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación).
El trabajo de investigación histórica hace referencia también a las asociaciones y colectivos pacifistas que contribuyeron a reducir el apoyo social al terrorismo; recoge igualmente un apartado para las víctimas de las acciones terroristas, subrayando el significado de todas ellas.
En este artículo se parte de una fecha concreta, el 20 de octubre de 2011, tres días después de celebrarse la Conferencia Internacional de Paz de San Sebastián o Conferencia de Ayete, en la que la organización terrorista anunció “el cese definitivo de su actividad armada”, tal y como recoge el diario nacionalista vasco, Gara. Sin embargo, no será hasta 2018, cuando el 3 de mayo los dirigentes históricos de la banda, José Antonio Urrutikoetxea (Josu Ternera) y Soledad Iparraguirre (Anboto), leyeron un comunicado de despedida que dejó constancia del final del terrorismo.
En octubre de 2021, los promotores de esta conferencia se reunieron en San Sebastián con dirigentes de la izquierda abertzale (nacionalista o patriótica) para indicar la hostilidad de las instituciones del Gobierno de España hacia el establecimiento una paz duradera y añadir que la paz se consiguió como “un proceso unilateral y el éxito es del pueblo vasco porque ha querido seguir adelante” (Brian Currin, abogado sudafricano y miembro de esta conferencia). Para David Mota y Gaizka Fernández estas declaraciones se enmarcan en la enésima demostración del interés que siempre ha tenido ETA y su entorno para mostrar una versión adulterada de la historia del terrorismo. Ambos autores consideran que, tras una década del cese definitivo de la lucha armada de ETA, “conviene echar la vista atrás y analizar los orígenes, desarrollo y resultado de las acciones de esta organización terrorista”.
El profesor Mota analiza las diversas teorías del origen de ETA: por los expolios de riquezas en época romana (pero la “ocupación española” es una falacia), a consecuencia de la dictadura franquista (a pesar de que la mayoría de los asesinatos se cometieron en época democrática) o como seguimiento de los principios de Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco (aunque éste siempre rechazó la violencia). Así, “la mitificación del pasado crea una visión idealizada y totalizadora de la nación y corrompe la memoria y los símbolos e identidad de un país, creando una realidad paralela en la que se apela a las emociones”, matizan los autores del artículo.
El fallecimiento de José Antonio Aguirre, (PNV), presidente del Gobierno vasco en el exilio en marzo de 1960, cerró un ciclo generacional y provocó la aparición de algunos grupúsculos extremistas del nacionalismo vasco que buscaban en la acción armada y el sabotaje, enfrentarse al franquismo (EGI y ETA) entre 1959 y 1964. Es en el 64 cuando ETA queda definitivamente al margen del nacionalismo moderado, durante su III Asamblea en la que Julen Madariaga habló de “insurrección en Euskadi” y “lucha armada”. Pero es a partir de la V Asamblea (diciembre 1966-marzo 1967) cuando se pone en marcha la estrategia de acción-represión y se produce la espiral de amenazas y colocación de bombas en diversos lugares.
A partir de 1972 la facción más radicalizada de las juventudes del PNV de Iñaki Mujica Arregi (Ezkerra) se unen a ETA, siendo esta responsable de haber saboteado una etapa de la Vuelta Ciclista a España en 1968, al poner una bomba en la carretera que creó un importante socavón. Los artefactos explosivos se convirtieron en un instrumento para el apoyo social y el impacto mediático de ETA, pero las masacres de civiles provocaron también escisiones en la organización terrorista. La muerte de Franco en 1975 puso fin a una etapa en la que se produjeron 43 asesinatos.
Durante la Transición, ETA se presentó ante la sociedad como la organización que liberaría a Euskadi del yugo del régimen postfranquista e intensificó los atentados, secuestros y atracos (para conseguir financiación). El Gobierno de Adolfo Suárez trató de tender puentes con la oposición para que la futura democracia caminara hacia la amnistía de la oposición política. Sin embargo, el rey Juan Carlos I decide excluir a los presos de ETA y otras organizaciones terroristas de la amnistía parcial, lo que recrudeció la situación, que no mejoró con la llegada de la democracia y del Estatuto de Autonomía del País Vasco en 1979.
Los cruentos años 80
La década de los 80 fue la más sangrienta, a la que se llamó “años de plomo”, un pulso a las instituciones democráticas que trataron de desestabilizar el país: la inestabilidad vino también de la mano de Antonio Tejero que trató de dar un golpe de Estado el 23 de febrero de 1981. Así, la primera victoria de ETA fue la paralización de la construcción de la central nuclear de Lemóniz, gracias a las masivas movilizaciones que se extendieron a buena parte de la sociedad vasca.
La llegada de Felipe González al Gobierno de España en 1982 produjo un viraje hacia la socialdemocracia, pero la Ejecutiva se vio salpicada de otros problemas como la ruptura social, la permanencia de España en la OTAN, la corrupción o la “guerra sucia”. La cooperación de Francia y España en materia antiterrorista comienza en 1985 y aunque hubo acercamientos en conversaciones de paz, las acciones de los GAL enrocaron la posibilidad de alcanzar la paz. Y en la década siguiente, la ausencia de libertad, los atentados terroristas, la kale borroka y el acoso sistemático obligaron a un número indeterminado de ciudadanos a abandonar Euskadi.
Si embargo, el 17 de enero de 1996, ETA secuestra al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara en Burgos y le mantienen en un zulo de Mondragón 532 días, hasta que la Guardia Civil lo rescata el 1 de julio de 1997. La banda terrorista decide vengarse y secuestra el 10 de julio de 1997 al concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco al que dispara dos tiros en la cabeza a las 48 horas y el joven fallece en la madrugada del día siguiente. Este crimen desató la indignación de la población convocando manifestaciones multitudinarias en toda España, especialmente en el País Vasco. Este fue el momento en el que los ciudadanos se deshicieron del miedo ante el nacionalismo radical y en aras del “Espíritu de Ermua” nacieron las plataformas en apoyo a las víctimas y la democracia.
Es entonces cuando el PNV lidera las conversaciones de paz con José Antonio Ardanza a la cabeza. En junio de 1998, la coalición abertzale radical creó el Foro Irlanda para promover el proceso de paz, que constituyó el embrión del Pacto de Estella, integrado por todas las fuerzas nacionalistas vascas de ambos lados de la frontera, y unos días después, ETA declaró la tregua. Peor en enero de 2000, acusando al PNV de haber faltado a su palabra, ETA volvió a matar.
El gobierno de Zapatero consiguió, tras la masacre yihadista del 11M, que ETA declarase un “alto el fuego permanente”, pero este parón solo duró hasta el 30 de diciembre, día en el que una furgoneta-bomba explotó en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas.
Sin recursos, con gran parte de sus operativos en la cárcel, ETA acabó con la vida de su última víctima mortal el 16 de marzo de 2010, disparando al brigadier Jean-Serge Nérin, de la Policía Nacional francesa al tratar de robar automóviles de alta gama, a 50 kilómetros al sur de París.
En cifras ETA ha cometido 853 asesinatos, 3.500 atentados, 2.632 heridos, 86 secuestrados y más de 7.000 víctimas. El fin de ETA, señalan los autores del artículo, es uno de los mayores logros de la democracia española, que se ha cobrado un alto precio en número de víctimas. “Todavía hay más de 300 casos de asesinato sin resolver y muchos miembros de ETA que no han sido juzgados por sus crímenes. La política sigue siendo un tema tabú y las víctimas son, en muchos casos, denostadas o politizadas”, destacan David Mota y Gaizka Fernández.