Sergio Cañas Docente del Grado en Historia, Geografía e Historia del Arte
Mié, 04/05/2022 - 11:00

Entrada de Fernando VII en Valencia (16 de abril de 1814). Fuente: guerra-historia-publica.es

Serie: 'Haciendo Historia' (LXXX)

El rey Fernando VII abandonó España en 1808 y estuvo ausente del país durante todo el desarrollo de la Guerra de la Independencia (1808-1814). Viviendo en una jaula dorada cincelada cuidadosamente por Napoleón Bonaparte al otro lado de los Pirineos (La Parra, 2018) a cambio de la cesión que el general corso le impuso sobre sus derechos monárquicos y tras haber sido destronado (Fontana, 1979, p. 13). El principal motivo de la marcha del joven rey Fernando era legitimar internacionalmente el “golpe de fuerza” que había protagonizado para forzar la abdicación de su padre, el rey Carlos IV, y obtener el reconocimiento del emperador de Francia (Artola, 2007, p. 12). De manera que pudiera asentarse como rey absoluto en el ansiado trono de sus mayores. Imprevistamente, sería un logro que solo conseguiría en mayo de 1814: seis años después de esos hechos y tras una guerra cruel que enfrentaría a sus partidarios contra los partidarios de José I, el monarca francés impuesto por Napoleón. Y lo hizo después de fraguarse el primer golpe de Estado de la historia contemporánea de España contra el régimen constitucional surgido tras el inicio de la Revolución liberal. Un hecho histórico que cabe condensar en la firma del Real Decreto dado por Fernando VII el día 4 de mayo de 1814.  

Retrato de Fernando VII (c. 1814-1815). Fuente: Wikipedia.

Aunque la historia española no difiere en buena medida de la tónica general de la historia continental, este hecho es importante porque caracteriza perfectamente la lógica del reinado de Fernando VII en sus primeros años. Si en el contexto histórico que sigue a la Europa post-napoleónica el retorno al absolutismo monárquico fue la lógica habitual, en el caso español nos encontramos ante una de las fórmulas más brutales de reposición del Antiguo Régimen (González, 2020, p. 73). Pues, al fin y al cabo, no en todos los países europeos se había desarrollado una Revolución y se había promulgado un texto constitucional liberal. Por ende, la causa de que la historia española destacase por “la ortodoxia” con la que se repuso el absolutismo monárquica hay que atribuirla a “la proliferación de focos revolucionarios” en el país (Bahamonde y Martínez, 2016, p. 83). Aunque tampoco podemos obviar las propias circunstancias internacionales que rodeaban al monarca español tras la derrota de la monarquía josefina. Ya que la idea de Napoleón, tras el fracaso de la Guerra Peninsular, era restablecer la Monarquía absoluta en España de la mano de Fernando VII. Lo que se verificaría tras el Tratado de Valençay firmado en diciembre de 1813. Así, perdida la esperanza de mantener a su hermano José en el trono español, el emperador francés azuzó a Fernando VII para que regresara a España para poner orden en un país donde “el dominio de los republicanos (…) es decir, los liberales, había sembrado la anarquía” (La Parra, 2018).

Tras el reconocimiento político de Fernando VII como rey de España hecho por Napoleón “su viaje a España se convertirá en un proceso para añadir nuevos apoyos políticos con el objetivo de imponerse sobre las Cortes y recuperar sus atribuciones como monarca absoluto” (Chust, y Rújula, 2017, p. 77). Pues el tratado firmado bilateralmente entre Fernando VII y Napoleón Bonaparte no fue reconocido por la Regencia constitucional española que, en cambio, sí urgía al rey a regresar a España para jurar el texto constitucional de 1812 y cerrar la legitimación de la obra comenzada por las Cortes de Cádiz. Simultáneamente, también los absolutistas obraron con celeridad en sentido contrario. Lo que demuestra que el restablecimiento del absolutismo en España “no fue un hecho precipitado, ni espontáneo ni una pirueta política inesperada e incontrolada del Monarca” (Bahamonde y Martínez, 2016, p. 83). Más allá de que Fernando VII regresase a España legitimado por Napoleón como rey de España y de las Indias, lo importante, según nuestra visión, es que se alzaba como “el Deseado” tanto por el partido constitucionalista que quería que el rey sancionase la revolución política hecha en su nombre, como por el partido absolutista que deseaban que el monarca terminase con aquella y volviera a poner en vigor el régimen político tradicional. En suma “el magnetismo de El Deseado era inmenso” y los hechos que se producirían tras el regreso de Fernando VII demostrarían “que quienes tomaban las armas contra los franceses lo hacían por el monarca más que por la nación” (Álvarez Junco, 2001, p. 43) y que a pesar de los esfuerzos del partido liberal, la política española estaba en manos del monarca (Carr, 1979, p. 125).

Manifiesto de los persas (1814). Fuente: Wikipedia.

Así como Napoleón se había alzado en 1808 como árbitro entre las disputas surgidas entre Carlos IV y Fernando VII para dirimir la titularidad del rey de España, las circunstancias hicieron que en 1814 fuera Fernando VII quien tuviera que arbitrar entre las pretensiones de los dos sistemas políticos defendidos en el seno del país. Si los liberales habían dispuesto que Madrid fuera el teatro donde se escenificase la anuencia del rey con la Monarquía Constitucional, a la postre sería Valencia “el escenario final” en el que se desarrollaría el golpe de Estado contra ese mismo sistema y se repondría el absolutismo (Chust y Rújula, 2017, p. 78). Cuando Fernando VII cruza la frontera el día 22 de marzo de 1814 fue informado por el general Copons de las instrucciones dadas por la Regencia constitucional para asegurar su regreso y liderar el sistema político construido en su nombre pero sin su concurso. Aunque en su fuero interno y tras sellar su acuerdo con Napoleón su voluntad era regresar como un rey absolutista (La Parra, 2018), todavía “entró en su reino sin saber qué sistema adoptaría” (Carr, 1979, p. 125).

Tras pasar la frontera oriental en lugar de seguir las instrucciones recibidas por el Gobierno constitucional, el rey se embarcó en un viaje alternativo programado por las fuerzas absolutistas primero en Cataluña, luego en Aragón y, finalmente, en Valencia, siendo aclamado por las masas populares, representantes de la élite y autoridades como el legítimo rey de España. Mientras tanto, el partido absolutista liderado por el duque de San Carlos y el conde de Montijo y defendido por el capitán general Elío y las tropas bajo su mando, terminaban de confeccionar el primer golpe de Estado apoyado por el Ejército de la España contemporánea (Tuñón de Lara, 2000, p. 60; González, 2020, p. 74; Sánchez, 2017, p. 74). Al tiempo, Fernando VII despejaba todas sus dudas sobre el modo en que convenía obrar para garantizar sus intereses. Las fastuosas recepciones populares, las celebraciones cívico-religiosas oficiales y la presentación del Manifiesto de los Persas (texto firmado por 69 diputados españoles y dirigido al rey para reconocerle su legitimidad absolutista), sumado al apoyo de una parte del Ejército y de la élite antiguorregimental, ante la pasividad de unas autoridades constitucionales que precisamente promocionaron las recepciones reales, le convencieron de que realmente podía hacer su voluntad y abolir la Constitución de 1812 sin peligro para su real persona (La Parra, 2018).

Portada de la versión digital del Real Decreto de 4 de mayo de 1814. Fuente: cervantesvirtual.com.

La contrarrevolución española y el antiliberalismo militante habían logrado unir todos los cabos de la cuerda con la que iban a atar la reposición del absolutismo en España. Aunque el golpe de gracia al constitucionalismo español nacido en las Cortes de Cádiz durante la Guerra de la Independencia estaba por llegar. Fernando VII en vez de dirigirse a Madrid para jurar la Constitución, firmaría en Valencia el Real Decreto de 4 de mayo para “restablecer con todas las consecuencias la Monarquía absoluta” (Sánchez, 2017, p. 75) y atacar el corazón del Gobierno constitucional. Daba así comienzo la contrarrevolución política propiamente dicha, pues “quedó clara la disposición de Fernando a rechazar las reformas liberales” y a partir de entonces “los absolutistas se lanzaron a cometer todo tipo de abusos y tropelías para borrar cualquier vestigio de las medidas constitucionales” (Sánchez, 2017, p. 76).   

Recopilación de los decretos de Fernando VII desde 1814 hasta 1816. Fuente: todocoleccion.net.

Durante la segunda quincena de abril de 1814 el rey se había convencido de que tenía los apoyos necesarios para tomar el trono por su mano y detentarlo sin apoyo constitucional. La jugada era perfecta para sus intereses. Y “no le hizo falta mucho convencimiento para orientar su actitud” ya que en su mentalidad los planteamientos reaccionarios “encajaban a la perfección” (Bahamonde y Martínez, 2016, p. 85). Pero todavía restaba una última vuelta de tuerca, ya que aunque el decreto que derogaba la Constitución de Cádiz se firmó en Valencia el día 4 de mayo de 1814, no se publicó hasta el día 11 del mismo mes. Siendo entonces cuando “el absolutismo integral y la reacción intransigente reinaron” a su merced ya que este documento era al mismo tiempo una exposición programática del absolutismo posrevolucionario español y una declaración de intenciones (Tuñón de Lara, 2000, p. 61). Efectivamente, el Real Decreto de 4 de mayo espoleó el golpe de Estado cristalizado entre los días 10 y 11 de mayo que triunfó sin oposición gracias a que las fuerzas absolutistas allanaron el terreno para reponer a Fernando VII como rey absoluto (Bahamonde y Martínez, 2016, p. 85).

El día 10 de mayo Madrid fue ocupada militarmente por el capitán general de Madrid, Francisco de Eguía, nombrado como tal por el rey, y los representantes gubernamentales constitucionales fueron detenidos. Al día siguiente, publicado el Real Decreto de 4 de mayo, se clausuraron las Cortes en un ambiente popular contrarrevolucionario impulsado por el conde de Montijo (González, 2020, p. 75). En el fondo “fue un retorno a la coalición de Aranjuez” que había logrado a Fernando coronarse en 1808; “Fernando, el ejército y la muchedumbre”, los mismos elementos que le sirvieron para hacerse con el poder eran ahora usados para reponer el absolutismo y quebrar el inicio de la Revolución española del siglo XIX (Carr, 1979, p. 126). De nuevo el rey volvía a ser la piedra angular del Estado y del reino, tal y como sucedía en 1808, y a su lado tenía tanto a la élite del Antiguo Régimen como al pueblo. Ya no tenía necesidad de seguir enmascarando o difuminando como poco, sus pretensiones políticas. Para sancionar y difundir a lo largo y ancho de sus posesiones el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, que reponía el Antiguo Régimen en España y sus colonias ultramarinas; el día 12 de mayo sería publicado en la Gaceta de Madrid (La Parra, 2018). La comedia había concluido y comenzaba la tragedia para todos quienes habían apoyado el sistema constitucional. Pero esa es otra historia.

 Gaceta Extraordinaria de Madrid, 12 de mayo de 1814. Fuente: revistaelobservador.com.

 Gaceta Extraordinaria de Madrid, 12 de mayo de 1814. Fuente: revistaelobservador.com.

Bibliografía:

Álvarez, J. (2001). Mater Dolorosa. Taurus. 

Artola, M. (2007). La Guerra de la Independencia. Espasa.

Bahamonde, A. y Martínez, J. A. (2016). Historia de España. Siglo XIX. Cátedra.

Carr, R. (1979). España 1808-1939. Ariel.

Chust, M. y Rújula, P. (2017). La vida política. En Canal, J. (Dir.). Historia Contemporánea de España, vol. I. Taurus.

Fontana, J. (1979). La crisis del Antiguo Régimen 1808-1833. Crítica.

González, E. (2020). Política y violencia en la España contemporánea. Akal.

La Parra, E. (2018). Fernando VII. Un rey deseado y detestado. Tusquets.

Tuñón de Lara, M. (2000). La España del siglo XIX. Akal.

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-398X

 

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