Sergio Quintero Martín - Lun, 16/12/2024 - 11:04
Joven en lo alto de una montaña mirando al horizonte.
Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (XII)
En un tiempo en que nuestra vida está regida más por la aceleración, el estrés y la incertidumbre que por la serenidad, la historia del pensamiento contiene u abanico de ideas fascinantes que pueden, de un modo más pragmático que idealizado, brindarnos un inesperado punto de apoyo. En esta ocasión, la idea de la que pretendemos hacernos eco proviene de un período del pensamiento que frecuentemente tiende a ser subestimado y olvidado en la narrativa general de la filosofía, pero que esconde pequeñas perlas de conocimiento, el pensamiento helenístico.
En el helenismo encontramos un contexto inestable y caótico, donde las grandes escuelas de pensamiento hasta ese momento, el platonismo y el peripatetismo aristotélico, con un énfasis en cuestiones metafísicas y ontológicas, no terminaba por aportar una seguridad epistémica y vital como hacía tiempo atrás. Es en este caos helenístico donde la filosofía se vio obligada a mirar hacia adentro, hacia el individuo más que hacia el cosmos. En lugar de intentar comprender el mundo exterior, los pensadores helenísticos se propusieron tareas más modestas y cotidianas, pero no por ello insignificantes: repensar nuestra relación con ese mundo cambiante desde la atención de la actitud del individuo hacia él, priorizando la calma interior y la autonomía personal.
Idea de ataraxia
Desde este carácter introspectivo, reflexionaremos sobre un término vertebrador para las escuelas helenísticas, la idea de «ataraxia». Este concepto, que podemos traducir como tranquilidad o ausencia de perturbación, se refiere a un estado de calma tanto mental como emocional, que nos libera de angustias y preocupaciones. Por medio de esta imperturbabilidad se busca cultivar nuestra mente en una dirección de serenidad y equilibrio que nos permita afrontar los devenires de la vida sin ser arrastrados por la turbia corriente de las pasiones y los miedos.
Para los pensadores helenísticos, la idea de ataraxia no era solo un estado deseable para el cultivo de uno mismo, sino para lo que significaba vivir una vida buena y plena. Ahora bien, que en el helenismo se hiciera tanto énfasis en cuestiones de índole moral y práctico, no quiere decir que las diferentes escuelas que nacieron en este momento entendieran la ataraxia de la misma forma. Cada una de ellas, entre las que destacamos a los epicúreos, los estoicos, los escépticos y los cínicos; aporta una visión particular y enriquecedora en la búsqueda de la tranquilidad.
Ataraxia según cada escuela helenística
Los seguidores de Epicuro de Samos buscaron el camino de ataraxia a través de la eliminación del miedo y el dolor, en especial el miedo a los dioses y el miedo a la muerte, es decir, el mundo de lo que no podemos conocer y lo que no podemos evitar. Dentro del epicureísmo, la importancia de la ataraxia era tal que se la consideraba inseparable de la búsqueda del placer (hedoné). Epicuro no promovía una vida de excesos materiales o placeres corporales, sino una existencia basada en el placer moderado y la ausencia de dolor (aponía) tanto físico como mental. En este camino, la ataraxia surge de satisfacer solo los deseos naturales y necesarios (como la alimentación o el abrigo) y evitar los deseos innecesarios (como la riqueza o la fama), que conducen a la ansiedad y nos alejan del gobierno de nosotros mismos, la autarquía.
Los estoicos, quizá la escuela más vinculada con este término, no entendían la ataraxia como la ausencia de placer o de dolor físico, sino como un estado de tranquilidad interna que se logra alineando la voluntad humana con el orden racional del cosmos. Un estoico como Marco Aurelio buscaba la apatheia, esa disposición de indiferencia hacia las cosas que no dependen de nuestra voluntad, promoviendo una seriedad inquebrantable frente a las adversidades. Al enfocarnos exclusivamente en comprender que solo podemos controlar nuestras propias acciones y actitudes, liberamos nuestra mente y centrándonos en lo que verdaderamente nos importa.
En la escuela escéptica, principalmente la iniciada por Pirrón de Elis, la búsqueda de la ataraxia los conducía a la suspensión del juicio (epojé). Su actitud ante la vida consistía en establecer una duda sistemática, en un abandono de las opciones para liberar la mente de conflictos y tensiones. Dado que no podemos conocer la verdadera naturaleza de las cosas, los escépticos optaron por abstenerse de emitir juicios definitivos y evitar quedarse atrapados en disputas interminables sobre lo verdadero y lo falso, pudiendo alcanzar un estado de paz mental.
La escuela más controvertida sobre la ataraxia fue la escuela de los cínicos. Si bien los cínicos no usaron en sentido estricto este término en su pensamiento, su forma de vida y sus principios están alineados con la búsqueda de una libertad interior que puede interpretarse como una variante de la imperturbabilidad. El más ilustre de los cínicos, Diógenes de Sinope, nos enseña que la ataraxia no siempre proviene de una mente calmada, sino de una vida vivida con total independencia y autenticidad, sin preocuparse por las normas impuestas ni los bienes materiales. Su mensaje de una vida simple, austera, autárquica y libre de miedos representa la forma más radical entre las escuelas helenísticas de alcanzar la serenidad, renunciando a las aspiraciones sociales o el prestigio, así como los deseos innecesarios, como la riqueza, el poder o el placer físico, el camino queda allanado para una tranquilidad libre del ruido proveniente de un mundo lleno de caos y expectativas.
Mindfulness
No es de extrañar, por tanto, que el camino de la tranquilidad, a pesar de su polisemia helenística, resuene con tanta fuerza en nuestra propia época en herramientas como la atención plena (mindfulness), que encuentra su eco en las enseñanzas estoicas, o en el minimalismo, que refleja la búsqueda epicúrea de la simplicidad. Vivimos en un mundo globalizado, con incertidumbres económicas, tensiones políticas y conflictos culturales, donde la prisa no es buena consejera y donde las grandes narraciones que aportaban cierta certidumbre y sentido de orden van colapsando por su propio afán y ambición.
¿Cómo enfrentamos el estrés de la incertidumbre global? ¿Cómo encontramos estabilidad en un contexto que no podemos controlar? En este extraño puente que conecta el mundo helénico con el nuestro, quizá un primer conato de respuesta no se encuentre tanto en querer cambiar un mundo que cada día amplía de un modo inconmensurable su horizonte, sino en actuar de manera local en lo que podemos percibir, sentir y manejar para fluir y adaptarnos a las condiciones de incertidumbre y cambio, pero sin perdernos de vista a nosotros mismos en el camino de la vida.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN: 3020-1411
Burgos, España
Añadir nuevo comentario