Arturo Casado Alda - Vie, 24/06/2016 - 13:01
Resiliencia es una palabra curiosa cuyo significado es abstracto y muestra una de las características más propias de la vida. Básicamente consiste en la superación de las adversidades que nos encontramos cuando perseguimos nuestros objetivos. Si este concepto es propio de la vida misma, quizás podríamos asegurar que lo es incluso un poco más del deporte.
Este año para mí era muy importante en cuanto a mis objetivos atléticos. Era un año olímpico en el que había puesto todas mis ilusiones en Río de Janeiro. Sin embargo, y como desafortunadamente ha venido sucediendo en las últimas temporadas, otra lesión me ha dejado fuera de cualquier posibilidad de volver a ser olímpico. Otra piedra en el camino que he de superar, aunque esta vez se trate de una roca enorme.
Y todo esto viene ya de tiempo atrás. El pasado verano, cuando realizaba un entrenamiento de intensidad, sufrí una rotura en el músculo sóleo de la pierna izquierda que recorría prácticamente toda la longitud del músculo, desde la rodilla hasta el tobillo. Esta, mal diagnosticada en un primer momento, generó una cicatriz muy voluminosa que «tracciona» literalmente de los tendones del tobillo.
He estado teniendo problemas tendinosos durante toda la temporada. Empecé con el de Aquiles, que luego conseguí recuperar, y seguí con el tibial posterior desde finales de enero. Todos estos problemas, lógicamente, los he tenido en la pierna izquierda; la de la rotura en el sóleo el verano pasado. Finalmente, el tendón tibial posterior no lo he conseguido recuperar después de mucho tratamiento fisioterapéutico y esta situación ha hecho que me olvide de Río.
Sinceramente, ha sido muy duro para mí porque mi mente solo pensaba en los Juegos Olímpicos, pero no me queda otra que afrontar esta realidad. Afortunadamente, fuera de nuestra «burbuja» de deportista de alto rendimiento hay vida. Hace un par de semanas conseguí defender mi tesis doctoral con éxito y tanto mi labor como entrenador como, sobre todo, la de docente (aunque novato) también me llenan plenamente.
Otro de los pensamientos que me viene a la cabeza, llegado a este punto, y que me tranquiliza es que sé que lo he dado todo por este objetivo durante esta temporada. Hasta que he decidido parar de entrenar definitivamente no me he saltado absolutamente ninguna sesión. Cuando el dolor me impedía correr, he realizado las sesiones equivalentes en bicicleta elíptica. Dado que los ejercicios de fuerza en el gimnasio no me producían dolor, he completado mis dos sesiones semanales desde el principio de la temporada. En estos casos, la frase de «cuando uno lo da todo, no se le puede pedir más» es la más acertada.
Aun así, tengo una espinita clavada. No me gustaría que fuesen las lesiones las que me retiren del deporte profesional; aunque cualquiera que observe mi trayectoria de los últimos años, y ya con 33, podría casi constatar que me han retirado. Ahora es momento de cura física, mental y, sobre todo, de reflexión sobre mi incierto futuro en el deporte.
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