David Mota Zurdo - Lun, 18/03/2019 - 12:51
Fuente: Diario de Sevilla
Serie Haciendo historia (XIX)
En 2018, Gaizka Fernández, historiador y responsable de investigación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria, señaló en una entrevista para El País que "el olvido es un escarnio a las víctimas y una oportunidad para la propaganda ultranacionalista que pretende legitimar los crímenes de la banda [ETA]". Una frase con la que venía a denunciar la terrible falta de memoria a la que está asistiendo la sociedad española, sobre todo la vasca, con respecto al terrorismo, pero que también es extrapolable a otros conflictos memorísticos que han afectado al común de los españoles como: la memoria de la Guerra Civil y del franquismo o más recientemente a la polémica que ha rodeado a la cuestión catalana.
Esta batalla por el relato es una cuestión que desde hace tiempo viene afectando a la historiografía española. Desde la versión edulcorada que han ofrecido algunos pseudo-historiadores y polemistas neofranquistas de la Dictadura hasta la pugna que se ha desatado en las aulas de secundaria del País Vasco entre quienes quieren ofrecer una visión distorsionada sobre el terrorismo de ETA y los que apuestan por narrar lo sucedido de manera escrupulosa para evitar que los sectores más jóvenes de la sociedad caigan en una suerte de desmemoria sobre los fatídicos Años de Plomo. En parte, la versión distorsionada sobre el terrorismo que se promueve desde algunos medios políticos e institucionales y que aspira a hacer una limpieza del pasado de los agentes implicados (partidos políticos, activistas, militantes, asesinos, etc.) radica en una premisa excesivamente simplista: con el cese de la actividad armada de la banda terrorista en 2011 y su disolución definitiva en 2018 se debe construir un relato conjunto que favorezca la convivencia y reconciliación huyendo de los aspectos más espurios de los más de 50 años de terror; es decir, una damnatio memoriae del sufrimiento, el dolor y la pérdida de cientos de víctimas del terrorismo de ETA.
Lo más significativo de este tipo de iniciativas "pluralistas" es que se han originado en el seno de instituciones representativas de toda la ciudadanía. Así, sucedió en 2018 con el controvertido programa educativo Herenegun (Antes de ayer), una unidad didáctica que impulsó la Secretaría General de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación del Gobierno Vasco para que se desarrollara en 4º de la ESO y 2º de Bachillerato. Para su elaboración se contó con el asesoramiento del periodista Mariano Ferrer, la exconsejera de Cultura del Gobierno Vasco Mari Carmen Garmendia y de Juan Pablo Fusi, un historiador de destacadísima trayectoria y autoridad que se encargó de la redacción del cuaderno docente que acompañaría al visionado de una versión reducida de la serie documental Las Huellas Perdidas. Sin embargo, por decisión institucional no se consultó ni se contó con la colaboración del Departamento de Historia Contemporánea de la UPV-EHU, en el que hay un amplio elenco de contemporaneístas de sólida y contrastada reputación que, además, se dedican al análisis del nacionalismo vasco y del terrorismo.
En este sentido, se entiende que las críticas no tardaran en aparecer ante la ausencia de una contextualización adecuada de la serie documental, la selección de los testimonios elegidos y el enfoque de la unidad didáctica.
Aunque la iniciativa Herenegun se había planteado como "experiencia piloto" para que el alumnado conociera "la memoria reciente de Euskadi (1960-2018)", lo cierto es que las discrepancias que suscitó trajo consigo que muchos medios de comunicación lo definieran como la entrada de "la batalla por el relato" en las aulas vascas. Un "amargo debate" en el que participaron las asociaciones de víctimas, PP, PSOE y algunos historiadores que consideraron que los materiales seleccionados del documental estaban realizados desde una "equidistancia incomprensible". El nacimiento de ETA no podía quedar diluido en un contexto de oposición al franquismo y de violencia policial del que surgían dos bandos, porque ello no justificaba que ETA hubiera llevado a cabo la mayoría de sus asesinatos durante la democracia. Y, ni mucho menos, se podía permitir que la imagen de las víctimas quedara desdibujada al no recogerse la experiencia de aquellos que no habían cedido a la intimidación de la banda terrorista y la de los que tuvieron que exiliarse por miedo y amenazas. No fueron las únicas críticas. EH Bildu solicitó la retirada de la unidad didáctica porque, por un lado, consideraba que ETA no podía presentarse como la única protagonista del terrorismo, y, por otro, por ser una interpretación "interesada, política, ideológica y subjetiva" excluyente con la izquierda nacionalista vasca radical.
Pese a la polémica, los materiales didácticos fueron abiertos a aportaciones externas hasta noviembre de 2018, coincidiendo la mayoría de los expertos en que al margen de las discrepancias sobre las ausencias en el relato el tema del terrorismo tenía que llegar a las aulas para evitar que éste cayera en el olvido entre jóvenes y universitarios que habían crecido ajenos al mismo. Sin embargo, en marzo de 2019, el director del Departamento de Historia Contemporánea de la mencionada universidad vasca hizo público el descontento unánime del organismo que representaba y definió a la perfección el papel que lamentablemente jugamos muchos historiadores para el gran público: "La labor del historiador suele producirse lejos de los focos y de las urgencias de las políticas públicas de memoria, que se rigen por criterios diferentes a los de la historiografía. Entendemos que en ello se basa la utilidad del historiador para la sociedad vasca. Y, en todo caso, seguimos a su disposición para una cuestión tan relevante como la historia del pasado reciente, que necesita la consulta a la historiografía profesional, que no cabe sustituir por aproximaciones desde otras perspectivas".
En conclusión, como ha señalado Serge Gruzinski, el "buen" historiador ha de ser un "científico social comprometido" que aspire a cuestionar cualquier tipo de "relato único" sobre un determinado fenómeno social o proceso histórico, atendiendo a la dificultad insoslayable de que reconstruir el pasado desde el presente nunca es tarea sencilla y que su narración puede verse salpicada de apriorismos y dogmas. Porque el presente no es un reflejo "auténtico" del pasado, ni del futuro, sino que tiene múltiples caras y grados de profundidad según la perspectiva desde la que se acerque el historiador. Y es que los profesionales de la Historia son "creadores" de discursos originales, fruto del análisis e interpretación de las fuentes. Son forjadores de una narrativa que debe estar libre de "nuestras anteojeras presentistas" y que, en consecuencia, ha de construirse a través de su problematización constante, atendiendo a tres planos temporales que están estrechamente vinculados (ayer, hoy y mañana), para narrar los diferentes caminos que permiten la elaboración de un relato polimorfo e inclusivo.
Es precisamente en este último punto donde radica la función social del historiador y del profesor de Historia, cuya misión es el impulso de una historia plural y representativa de la diversidad social que constituye una determinada nación y no la de ser un anticuario que se dedica a la crónica de los hechos históricos. Y aunque la Historia es para quien la trabaja, su interpretación científica corresponde a los historiadores y no a las instituciones, ni a los partidos políticos, ni a profesionales de la comunicación.
[1] En memoria del profesor Aitor Pérez Blázquez, fallecido en febrero de 2019 tras una larga enfermedad.
Entrada publicada el 18/03/2019
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-398X
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