Ascensión Doñate Martínez - Mar, 24/08/2021 - 08:20
Serie: 'Neurociencia Educativa' (XIV).
De acuerdo con el MeSH (Medical Subject Headings) el sueño es un estado fácilmente reversible en el que se suspende la interacción sensorial y motora con el entorno, y el cual se asocia con un periodo de inmovilidad y relajación muscular.
Mientras se duerme el cerebro pasa por dos fases: 1) el sueño sin movimientos oculares rápidos (not rapid eyes movement, NREM por sus siglas en inglés), con una actividad cerebral basada en ondas cerebrales lentas y especial implicación del área preóptica ventrolateral del hipotálamo; y 2) el sueño con movimientos oculares rápidos (REM), caracterizada por ondas cerebrales rápidas e implicación del tronco encefálico y el prosencéfalo basal. Estas fases se alternan entre cuatro y cinco veces durante la noche, pero su duración es diferente: la NREM dura alrededor de 6 horas y la REM 2 horas. Ambas tienen una función importante en la consolidación de la memoria y el aprendizaje (Fernández-Mendoza et al., 2014), dado que durante el sueño se beneficia y facilita procesos como el mantenimiento neuronal o la neurogénesis. Igualmente, un gran número de estudios confirman que los mecanismos de plasticidad neuronal que se dan durante el sueño conducen a la consolidación de aprendizaje y memoria en diferentes especies animales (Walker y Stickgold, 2004)
Durante el sueño las neuronas realizan procesos de limpieza de toxinas, regeneración celular y consolidación de los aprendizajes (Blackemore y Frith, 2007). El sueño tiene efectos positivos sobre distintos tipos de memoria (Carillo-Mora et al., 2013). En niños pequeños el sueño tiene una función preparadora para que se encuentren más aptos para aprender en estados de vigilia. En adolescentes la privación o falta de sueño se asocia con un mal rendimiento de la memoria de trabajo (Jiang et al., 2011). Asimismo, en numerosos estudios en los que se han realizado manipulaciones experimentales de la cantidad y calidad del sueño en niños se ha observado que un sueño de mala calidad y fragmentado está asociado con dificultades en la conducta y a nivel cognitivo; las cuales, a su vez, se traducen en un rendimiento académico y aprendizaje empeorado (Curcio et al., 2006). Uno de estos ejemplos es el estudio realizado por Gais et al. (2006) con una muestra de estudiantes de secundaria, donde demostraron que la consolidación de la memoria declarativa se ve reforzada durmiendo tras varias horas de aprendizaje.
Sufrir somnolencia durante el día como consecuencia de un sueño pobre puede repercutir seriamente en el funcionamiento físico y cognitivo de los estudiantes. Es por ello que es necesario establecer pautas para mejorar la higiene y calidad del sueño. Wolfson et al. (2015) realizaron un ensayo clínico para valorar el efecto de un programa de higiene del sueño entre adolescentes. Tras este ensayo, se observó que los estudiantes que habían introducido cambios conductuales mejoraron la capacidad restaurativa y la higiene del sueño, y habían aumentado el tiempo durmiendo. Su participación en este programa tuvo, también, un impacto positivo en su rendimiento académico.
En este sentido el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades subraya el efecto reparador del sueño y propone una serie de recomendaciones para mejorar su calidad:
- Ser consistente y tratar de ir a dormir y despertarse a la misma hora todos los días, durmiendo al menos 7 horas al día.
- Asegurar que la habitación es un espacio tranquilo, oscuro y con una temperatura agradable.
- Evitar el uso de dispositivos electrónicos en la habitación e, incluso, al menos 30 minutos antes de la hora de dormir.
- Evitar comidas copiosas, el consumo de cafeína y alcohol durante las horas previas a dormir.
- Mantenerse activo durante el día y realizar ejercicio de forma regular.
Referencias:
Blakemore, S. y Frith, U. (2007). Cómo aprende el cerebro. Las claves para la educación. Ariel.
Carillo-Mora, P., Ramírez-Peris, J. y Magaña-Vásquez, K. (2013). Neurobiología del sueño y su importancia: Antología para el estudiante universitario. Electrophoresis, 56(4), 5-15.
Center for Disease Control and Prevention. (15 de julio de 2016). Sleep and sleep disorders. Tips for Better Sleep [Web]. Recuperado el 19 de febrero de 2021 de https://www.cdc.gov/sleep/about_sleep/sleep_hygiene.html
Curcio, G., Ferrara, M. y De Gennaro, L. (2006). Sleep loss, learning capacity and academic performance. Sleep Medicine Reviews, 10(5),323-337.
Fernández-Mendoza, J. y Puhl, M. (2014). Sueño y arousal. En: Redolar, D. (Ed.): Neurociencia Cognitiva. Médica Panamericana (pp. 601-633).
Gais, S., Lucas, B. y Born, J. (2006). Sleep after learning aids memory recall. Learning and Memory, 13(3), 259-262.
Jiang, F., VanDyke, R.D., Zhang, J., Li, F., Gozal, D. y Shen, X. (2011). Effect of chronic sleep restriction on sleepiness and working memory in adolescents and young adults. Journal of Clinical and Experimental Neuropsychology, 33(8), 892-900.
NBCI (s.f.). MeSH [Web]. Recuperado el 19 de febrero de 2021 de https://www.ncbi.nlm.nih.gov/mesh/68012890
Walker, M.P. y Stickgold, R. (2004). Sleep-Dependent Learning and Memory Consolidation. Neuron, 4(1), 121-133.
Wolfson, A.R., Harkins, E., Johnson, M. y Marco, C. (2015). Effects of the Young Adolescent Sleep Smart Program on sleep hygiene practices, sleep health efficacy, and behavioral well-being. Sleep Health, 1(3),197-204.
Editor: Universidad Isabel I.
ISSN 2697-0481
Burgos, España.
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