Eduardo Fernández García - Lun, 22/04/2024 - 16:19
Cuadro de Isabel la Católica
De la reina Isabel I de Castilla, apenas quedan detalles por descubrir, puesto que la historiografía, tanto la medievalista como la modernista, han desarrollado profundas y extensas investigaciones en torno a todos los avatares de su vida. Sin embargo, de una figura tan compleja, en términos actuales diríamos que poliédrica por abarcar muchos aspectos haber condicionado el desarrollo social, político y cultural de Castilla, siempre hay algunas dimensiones sobre las que volver. Este es un buen momento, cuando no solo las investigaciones académicas, sino también los debates sociales están volviendo su mirada hacia dos temas de gran trascendencia: la igualdad y la educación.
La idea que tenemos en las sociedades actuales de una igualdad consagrada como valor constitucional era absolutamente inexistente en el tiempo de Isabel I. Por eso en comunidades profundamente desiguales adquiere mayor importancia la posición de la reina al reclamar en una esfera tan difícil para ello, como era la política, la plena igualdad de poderes de la mujer, partiendo de la acreditada igualdad de capacidades. Hubo distintos episodios en el gobierno de Castilla en los que las únicas fricciones entre Isabel I y Fernando de Aragón se manifestaron a la hora de mantener la reina las potestades que le correspondían frente a los proyectos de su marido. No solo sin supeditar el destino de Castilla a las estrategias e intereses aragoneses. Como al terminar antes la incorporación de Granada que las guerras italianas, sino también sin subordinarse ella a su marido, con tacto, pero con firmeza, como demuestras la Concordia de Segovia en la que establecieron el reparto de papeles entre ambos, siempre con Isabel como reina propietaria.
Está firmeza política se basaba a su vez en la consistencia de su carácter. Este se había forjado a través de su difícil educación política. La reina siempre fue consciente de ello y por eso. cuando tuvo ocasión en relación con la educación de sus hijos, conectó formación integral e igualdad. Siendo la educación de su hijo, el príncipe Juan, un nuevo paradigma de formación de los príncipes del Renacimiento, fue igualmente sobresaliente la educación de sus hijas por empeño personal de la reina.
En ocasiones su subraya que Isabel había sido una niña formada con las naturales carencias de quien no estaba predestinada a ponerse al frente del reino castellano, puesto que debieron darse diversos giros del azar para colocarla en la posición de reclamar el trono. La temprana muerte del padre, cuando ella contaba con tres años, la marcó como a cualquier niña, pero no alteró la decidida voluntad de su madre, aún con la inestabilidad psicológica de la viuda de Juan II, de darle la mejor educación posible en sus circunstancias. Está surgió en un ambiente cultural particularmente rico, pues aunaba la tradición castellana con la portuguesa. Portuguesa era su madre y las damas de compañía que la rodearon, de manera que Isabel durante los primeros años de su aprendizaje vital, observo ya las ventajas de ser formada en distintos idiomas. Su formación no dejó de tener lagunas, que trató de integrar en sus años de juventud, y aún después de alcanzada la dignidad real. Hay que considerar que el lugar natural de aculturación política y de aprendizaje era la Corte. Se escribió un texto que sirve de pista para saber cómo se diseñó su itinerario formativo una vez que fue sacada de la seguridad del hogar materno, es El jardín de las nobles doncellas de Martín de Córdoba. La princesa debía “catar algunas horas del día en que estudie y oiga tales cosas que sean propias del regimiento del reino”, es decir, que debía formarse para gobernar.
Que después de comer dejara un ato para deleitarse con la música, la denominada “honesta conversación” y para estudiar es prueba de que, a diferencia de lo que posteriormente pasaría con muchos príncipes e infantas de la Casa de Austria, se cumplieron de hecho las previsiones teóricas sobre el estudio. El fruto de esa adquisición del hábito formativo fue constate, quedaron de ello muchos rastros: desde su mecenazgo artístico a su impulso de traducciones, pasando por su colección de obras de arte o su biblioteca personal.
Insistió en la refinada educación de sus hijas y en ello se adelantó siglos. No bastaba un mero aprendizaje religioso de las virtudes y cortesano, cantar y tocar, algo de idiomas y algo de historia, pero sobre todo el ceremonial teatralizado de la Corte, la mesa, las relaciones cortesanas. Conocemos la labor como maestros suyos de Antonio y Alejandro Giraldino y fray Pedro de Ampudia, luego fray Andrés de Miranda como maestro de latín. Y cuando hablamos de igualdad y papel de la mujer no puede faltar el recuerdo de Beatriz Galindo, la Latina. Ciertamente no era muy habitual la formación integral de la mujer, pero ese ambiente creado por Isabel fomentó una extensión de prácticas educativas, como demuestran las figuras de Catalina Medrano o María Pacheco.
Cuando Hieronymus Münzer escribió en su Itinerarium su viaje desde Alemania hasta Castilla en 1495, nos dejó la clara impresión que Isabel producía en sus coetáneos, y sin el tamiz de una visión hispánica, sino muy alejada de la castellana. Su frase es de asombro y muy expresiva del paternalismo, cuando no del abierto machismo con que se observaba a las mujeres incluso en los círculos más altos del poder, pero resume bien cómo Isabel fue capaz de aunar aquello de lo que aquí hemos escrito: el resultado de una sólida formación y la creencia en que nada debía limitar a las mujeres. “Parece mentira que una mujer pueda entender de tantas cosas”. Isabel entendía de la vida y del gobierno, y no parecía mentira a quienes la conocían, porque era fruto del tesón y del esfuerzo. Una gran enseñanza para todo tiempo.
*Este docente experto en Isabel I también es autor del libro Un mundo en transformación. Biografía política de Isabel I de Castilla (1451-1504)
Añadir nuevo comentario