María Rodríguez Gil - Jue, 29/09/2016 - 09:15
Hoy, 29 de septiembre, se cumple el primer centenario del nacimiento del dramaturgo, académico y pintor Antonio Buero Vallejo (1916-2000). El autor alcarreño destacó en la segunda mitad del siglo XX con un teatro cargado de realismo y tragedia. No obstante, que Buero se convirtiese en una de las figuras más representativas del teatro español fue consecuencia de los «azares de la guerra». Una temprana vocación artística que auguraba el nacimiento de un prometedor pintor cedió el papel protagonista a la dramaturgia. Y quizá para sorpresa de muchos, ni el arte ni la palabra fueron la gran pasión del autor, sino algo, a su juicio, muy superior: la música, en sus propias palabras, «lo que mejor expresa los sentimientos humanos». En el devenir de su creación dramática, ambas serán una constante, en especial la música, que encontraría un hueco en su teatro para interpretar la inefabilidad del sentimiento en cada una de sus obras dramáticas.
Los comienzos de su andadura artística, y sobre todo vital, fueron duros. Tras años de presidio e incertidumbre, Buero libró su propia batalla en el proscenio contra la evasión y el escapismo del teatro hasta entonces laureado para mostrar un retrato crudo de la tragedia de su tiempo; un documento histórico-social que, sorteando la censura con un hábil uso del simbolismo y lo imaginario, mostraba una sociedad ciega y casi enmudecida, ora conforme con los posos de la contienda… ora mostrando un atisbo de rebeldía inconformista que albergaba la secreta esperanza de una realidad distinta. En definitiva, un teatro que no apartaba la vista, sino que abría los ojos a la realidad.
De entre su producción dramática, siempre se recuerda Historia de una escalera (Premio Lope de Vega); al gran éxito de su estreno en 1949 le seguirían 50 años de actividad teatral ininterrumpida con grandes obras como En la ardiente oscuridad (1950), Hoy es fiesta (1956), El tragaluz (1967), El concierto de San Ovidio o La Fundación (1974), entre otras muchas, y una serie de reconocimientos, de entre los que es necesario mencionar, por encima de todos, que se haya convertido en el primer autor de teatro galardonado con el Premio Miguel de Cervantes (en 1986) y con el Premio Nacional de las Letras (en 1996).
Para aquellos interesados, diversas instituciones fijan su atención en la figura del dramaturgo con motivo de su primer centenario. La Biblioteca Nacional presenta la exposición Del dibujo a la palabra hasta el próximo 6 de noviembre, centrada en su faceta artística; la Diputación de Guadalajara, ciudad que lo vio nacer, inicia hoy un amplio programa de actos que se extenderá hasta 2017, y el Instituto Cervantes ofrece esta tarde un homenaje al autor en su sede central en Madrid. Por su parte, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes recuerda al artista en su página web a través de sus propias palabras:
«El teatro es mi realización y mi vida... Cuando Buero deje de existir, ya no quedará más que su obra y Buero será su obra».
La herencia está clara y, aun con la nostalgia de la acotación impresa, persiste: la del pintor melómano que acabó retratando con pincelada certera y tono magistral la dramática realidad de la sociedad de posguerra.
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