Andrés Seoane Fuente - Lun, 12/06/2017 - 18:08
168 millones. Esa es la cifra de menores explotados que la Organización Mundial del Trabajo estima que existen actualmente. 168 millones de víctimas del trabajo infantil en el mundo, de los que 85 prácticamente se juegan la vida a diario en el intento. Unos 98 millones de ellos realizan labores en el campo, en torno a 54 lo hacen en los servicios y aproximadamente 12 en la industria. El resto, en diversos ‘puestos’ de desconocidas condiciones.
Los números muestran una levísima mejoría respecto al año 2000: un 25% menos de niños trabajando y un 40% menos de niñas, con un descenso de 171 millones a 85 en relación a los que desempeñan trabajos peligrosos. Aún estamos muy lejos de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015, que persiguen la abolición del trabajo infantil para el año 2025.
La conmemoración de este día mundial recalca el profundo impacto de los conflictos y desastres naturales en el trabajo infantil. El caso, por ejemplo, de los refugiados, que en muchas ocasiones no pueden trabajar legalmente y ocupan puestos ‘en negro’ por los que apenas reciben dinero, lo que obliga a sus hijos a abandonar la educación y buscar labores similares. Pero hay demasiadas circunstancias deleznables, como los 10 millones de niños que trabajan en el servicio doméstico, según denuncia la ong en defensa de la infancia Plan Internacional, casi siempre en condiciones de esclavitud.
La distribución geográfica también evidencia un enorme desequilibrio, pero confirma que el trabajo infantil está más arraigado en las zonas más pobres. Mientras en Asia y el Pacífico la cifra total asciende a 78 millones de niños, lo que se traduce en un 9,3% del total, el África subsahariana presenta una tasa del 21%, más de uno de cada cinco menores.
Los niños trabajadores de la industria de la cal en India, los menores pescadores en Ghana, los pequeños sirios en talleres clandestinos turcos, los niños obreros de Bangladesh o las esclavas de hecho Myanmar, son sólo algunos ejemplos del camino que le queda por recorrer a la humanidad para erradicar un problema, una enfermedad, que no afecta únicamente a los propios menores explotados, sino que revela una falta de sensibilidad impropia de la condición del hombre, arcaica y que debe corregirse gracias a la puesta en común de esfuerzos desde todas las esferas sociales y a escala global.
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