Sheila López Pérez - Mié, 12/07/2023 - 08:43
Globalización y ética.
Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (I)
Desde los inicios de la globalización se ha difundido la idea de que nos enfrentamos a una “crisis de valores”. Ante el -aparente- debilitamiento de aquellas ideologías fuertes que creaban una -aparente- cohesión social; ante la desaparición de aquello que -aparentemente- confería un sentido profundo a nuestras acciones y a nuestra vida, numerosos intelectuales han achacado este malestar al avance de la globalización y el -aparente- caos que ha creado. Se ha denunciado que la sociedad, preocupada únicamente por el progreso técnico y científico, se ha visto reducida a una materialidad sin alma, incapaz de proponer valores comunes que hagan de guía de nuestras acciones en un mundo globalizado.
El camino hacia la globalización
Ya desde la Modernidad -quizá desde finales del Renacimiento, quizá desde comienzos de la Ilustración-, dos pensamientos fundamentales han marcado el camino hacia la globalización: el universalismo -la creencia de que los ideales son comunes, objetivos y absolutos- y el pluralismo -la afirmación de que las creencias, ideales y prácticas son tan diversas como los propios seres humanos-. Ambos conformaron una brújula para instaurar los cimientos de una globalización plural y a la par unificada. Sin embargo, hoy sentimos que no disponemos de herramientas para comprender y actuar en un mundo demasiado complejo, así como que estamos ante un territorio totalmente inédito donde las herramientas que hemos ido acumulando generación tras generación han quedado obsoletas.
¿Quiere decir esto que nos encontramos sumergidos en un mundo caótico sin valores, sin guía y sin rumbo? No lo creemos: siempre existen valores, guías y rumbo. Incluso podríamos decir que en toda la historia de la humanidad nunca ha habido tantos valores como en la actualidad. ¿No es acaso uno de los efectos de la globalización revelar una pluralidad de ideales individuales y culturas que antes ignorábamos? Lo peliagudo del fenómeno de la globalización no proviene de la supuesta desaparición de los valores. Es posible incluso que hoy existan demasiados valores, es decir, que estemos convirtiendo cada mirada individual en un valor. En este sentido, se podría decir que no hay tanto una crisis de valores -puesto que no nos faltan- como una crisis del sentido mismo de los valores, es decir, una crisis acerca de qué es un valor. La cuestión urgente, por ende, radica en saber distinguir los modus vivendi -que son individuales y por tanto innumerables- de los valores -que deben ser pocos, comunes y claros-.
Modus vivendi versus valores
No se puede afirmar que la promoción de la diversidad desemboque en un caos moral. Es necesario revisar, por tanto, la cuestión del pluralismo en la globalización. Todas las culturas son iguales en dignidad y cada una de ellas expone una mirada concreta acerca de la humanidad. Así entendido, es fácil afirmar que todas las culturas o miradas deben ser respetadas. No obstante, los crímenes contra los derechos humanos, la xenofobia, la homofobia, el machismo o las destrucciones del patrimonio cultural hacen también fácil afirmar que no todos los valores son iguales.
A menudo se ha querido identificar a las culturas con sus valores. Sin embargo, existe una diferencia crucial entre ellos: una cultura es una visión del mundo mientras que un valor es una forma de actuar sobre el mundo. Lo primero es rotundamente respetable; lo segundo no siempre lo es. En un mundo globalizado, las culturas conforman pluses que enriquecen el todo mientras que los valores han de evaluarse a la luz de una praxis que, en ciertos aspectos, ha de ser común para que el todo funcione.
El error tanto del universalismo como del relativismo a la hora de interpretar la globalización ha consistido en negar que los valores puedan ser reelaborados en común, es decir, que puedan ser objeto de debate y de contrato entre actores muy diferentes. La apelación del universalismo a la necesidad de una esencia común para poder establecer pautas por todos reconocidas; la apelación del relativismo a la imposibilidad de establecer legitimidad en un mundo sin esencias ni ideales; ambos caminos paralelos son incapaces de alumbrar la posibilidad de diálogo entre agentes diversos que no por ello tienen vetada la comunicación. Debemos recordar que, para tener algo que comunicar, el otro debe partir de un lugar diferente al mío.
El desafío actual consiste en que la humanidad sea capaz de desarrollar esta labor a escala mundial. Un diálogo de este calado asumiría que las miradas hacia el mundo son rotundamente respetables, mientras que los valores deben ser evaluados a la luz del proyecto común que llamamos globalización. Una ética global solo puede basarse en valores que hayan sido examinados en común y que se conviertan en fuente de educación en las sociedades de todo el planeta, de modo que se transformen en valores deseados y no impuestos. La ética requiere capacidad imaginativa y proyectiva: no se trata de dar con valores globalizables, sino de entender cómo pueden transformarse los valores y transformarlos.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN: 3020-1411
Burgos, España
Comentarios
avaratar
avaratar replied on
Gracias por tu aportación.
mariasandra.lado replied on
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