Luis Miguel Sánchez Gil. - Lun, 25/07/2022 - 08:48
Atentado 17-A Barcelona
Serie: 'Criminología en Serie' (XXIV)
Los jóvenes integrantes de la célula terrorista protagonista de los atentados en Barcelona y Cambrils el 17 de agosto de 2017 (17-A) presentan un perfil similar al de los miembros de otras células, como las protagonistas de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París (13-N) o del 22 de marzo de 2016 en Bruselas (22-M). Son lo que algunos investigadores, como Moreras (2018), han denominado “identidades a la intemperie”. Sujetos que pertenecen a segundas o terceras generaciones de inmigrantes y no se identifican ni con la sociedad de origen ni con la de destino. Sin embargo, la pregunta que –a menudo– nos realizamos como sociedad es por qué estos jóvenes, a diferencia de otros en circunstancias similares, pasan al acto.
La radicalización violenta constituye –junto con el reclutamiento– uno de los procesos psicosociales básicos en el curso de la militancia terrorista. Esta fue definida por la Comisión de las Comunidades Europeas (2005) como “el fenómeno en virtud del cual las personas se adhieren a opiniones, puntos de vista e ideas que pueden conducirles a cometer actos terroristas” (p. 2). En consonancia, con radicalización nos referimos a un curso que el individuo recorre con anterioridad a su implicación en actividades terroristas. La radicalización no constituye un punto de inflexión ni un estado coyuntural.
Son diversos y numerosos los modelos que han tratado –con mayor o menor éxito– de explicar la radicalización violenta de un individuo. Entre ellos, podemos encontrar el diseñado por Webber y Kruglanski (2016), al que conocemos como modelo de las 3N. Esta denominación responde a las iniciales –en inglés– de los tres elementos que dichos autores consideran que deben concurrir para que se produzca un proceso de radicalización violenta: necesidades (needs), narrativas (narratives) y redes (networks).
Si aplicamos el modelo expuesto a la célula del 17-A y, más concretamente, al proceso que cursan sus tres líderes operativos –Younes Abouyaaqoub, Mohamed Hichamy y Youssef Aalla– observamos como estos elementos concurren de forma evidente y, de nuevo, presentan similitud con las dinámicas de otras células occidentales. En primer lugar, si atendemos a la esfera de las necesidades, estos sujetos perciben una oportunidad de ganar significación al sentir que van a desarrollar un rol muy importante para la comunidad musulmana, lo que ellos denominan la umma.
En lo que respecta a las narrativas, las grabaciones realizadas por Mohamed Houli Chemlal –otro de los componentes del grupo– en el chalé de Alcanar nos muestran como estos sujetos repiten, de forma literal, el discurso del Daesh. En la interiorización de este relato juega un papel crucial el agente de radicalización, que transmite –a través de los contenidos difundidos por el aparato propagandístico de la organización– las doctrinas del grupo. Además, por medio de este material –presentado en distintos soportes– se trasladan las tácticas, técnicas y procedimientos (TTPs) propios de la organización.
Por último, la red se encuentra construida y cohesionada –principalmente– por las relaciones de parentesco, al incluirse en ella cuatro parejas de hermanos, dos de ellas unidas por otro vínculo familiar. De acuerdo con lo expuesto por McCauley y Moskalenko (2008), el poder del amor –que debemos entender como un amor filial– potencia la radicalización y consolida la lealtad.
En definitiva, a través del modelo de las 3N – en concomitancia con otros aportes teóricos– podemos profundizar y entender el proceso experimentado por la célula del 17-A.
ISSN 2697-1984
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
Comentarios
Excelente artículo!!!. Aunque
Dulce María replied on
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