Sergio Quintero Martín Profesor del Grado en Filosofía, Política y Economía
Vie, 15/11/2024 - 09:48

Templo del Parteón en Atenas, lugar por el que discurrió la vida de Aristóteles.Ruinas del Templo del Partenón en Atenas, lugar construido ya en la época de Aristóteles.

Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (XI)

La locución atribuida a Aristóteles donde afirma que es amigo de Platón, pero más amigo es de la verdad (Amicus Plato, sed magis amica veritas), nos ayuda a entender la importancia que le daba a un concepto, en ocasiones, tan minusvalorado por su uso cotidiano como es el de «amistad». Sin embargo, para Aristóteles fue una idea vertebradora entre la ética y la política, pues como nos recuerda Tomás Calvo, “la amistad constituye la realización más plena de la sociabilidad y la forma más satisfactoria de convivencia”.[1]

Ahora bien, para entender la profundidad de la idea de amistad (philía) dentro de la ética aristotélica, es necesario distinguirla de otras nociones para evitar ambigüedades y anfibologías. Primero, la amistad se opone a las relaciones sexuales (eros), que vinculan íntimamente a dos personas entre sí. Si bien las relaciones sexuales implican amistad, la amistad no tiene por qué culminar con el eros. Segundo, la amistad se diferencia de la benevolencia (eunoia), pues implica querer el bien de los otros. No obstante, la benevolencia implica una falta de reciprocidad debido a que “se da, incluso, hacia personas desconocidas y pasa inadvertida”.[2] Esta noción es importante, se considera un principio de amistad (arjé philía) porque requiere de una disposición previa de apertura hacia los otros, pero no es propiamente la amistad. Tercero, la amistad difiere de la concordia (omónoia) en que, si bien hay reciprocidad, la concordia trasciende el ámbito personal y se adentra en la vida pública, haciendo hincapié en un querer común en torno a los asuntos prácticos y componiendo una suerte de amistad civil (philía politiké).

Tomando en cuenta estas distinciones, la philía es una relación humana esencial que se basa en la reciprocidad y la querencia de un bien mutuo, donde cada persona desea genuinamente el bien del otro por sí mismo, no por lo que pueda obtener en términos de placer o utilidad. Ambas partes ven en el otro una “segunda alma”, un igual en virtud y en moralidad. Este tipo de amistad requiere tiempo, pues conocer el carácter de otra persona y valorar su virtud no es inmediato. Desde la visión de Aristóteles, la amistad se convierte en una forma de cultivar y practicar la virtud en la vida cotidiana y, con ello, tratar de hacer florecer la felicidad (eudaimonía). Los amigos son “espejos” que nos permiten vernos y mejorarnos a nosotros mismos. En el trato con ellos podemos reflexionar sobre nuestras propias acciones, aspiraciones y deseos. La amistad no es solo una relación externa, sino un modo de vida virtuoso que contribuye directamente a nuestra autorrealización.

Vínculo que une a los miembros de la polis

Si bien la amistad es una noción nuclear en la ética aristotélica, hemos apuntado anteriormente a su importante repercusión en la vida pública, pues Aristóteles ve en la amistad ese vínculo que une intersubjetivamente a los miembros de la polis. La cohesión social y la estabilidad de una comunidad dependen de la amistad en un sentido amplio. Las relaciones humanas basadas en el respeto y en un bien común fomentan una sociedad armoniosa, capaz de actuar en el interés de todos sus miembros. En este sentido, Aristóteles ofrece una visión de la amistad que trasciende lo individual y se convierte en un motor para la convivencia social.

Al examinar la visión de Aristóteles acerca de la amistad, cabe preguntarnos si una amistad en estos términos sigue siendo posible en nuestro tiempo, donde la tecnología y el ritmo de vida acelerado irrumpen en las relaciones humanas. ¿Podemos cultivar amistades en un mundo donde muchas interacciones están mediadas por las redes sociales?, ¿podemos imaginar amistades más allá de la inmediatez, la utilidad y el placer?

El prisma aristotélico nos invita a cuestionarnos sobre la autenticidad y profundidad de nuestras relaciones y sobre si estamos, realmente, abiertos a entablar amistades que requieran compromiso, tiempo y esfuerzo. El cultivo de la amistad es una práctica ética que requiere cuidado y desarrollo personal, una idea que sigue resonando, recordándonos el valor insustituible de las conexiones humanas auténticas.

Editor: Universidad Isabel I

ISSN: 3020-1411

Burgos, España


[1] T. Calvo Martínez, “La concepción aristotélica de la amistad”. Bitarte: Revista cuatrimestral de humanidades. 30, 2003, p. 29.

[2] Aristóteles, Ética Nicomáquea · Ética Eudemia, Madrid, Gredos, Trad. 2008, 1166b, 31-32.

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