David Mota Zurdo - Lun, 08/04/2019 - 17:16
Imagen obtenida de la portada publicada por PUV en 2005 (archivo personal David Mota).
En los últimos cuarenta años, los historiadores han utilizado diversas formas de acercarse al pasado con diferentes métodos, enfoques y herramientas. De todos ellos cabe destacar, por un lado, el papel innovador que tuvo la Historia Social en las décadas de 1970 y 1980, y, por otro, ya de manera más reciente, la Historia Cultural. Ambas metodologías nos han ofrecido una nueva y renovadora perspectiva con la que abordar el pasado, acompañadas a su vez por la eclosión de un gran número de enfoques interesantes como la Historia Post-colonial, la de Género y los conocidos como “Estudios Subalternos”.
Precisamente, estos son algunos de los aspectos que se tratan en A Crooked Line (Una línea torcida), en la que Geoff Eley nos ofrece varias ideas de cómo retomar el camino de la Historia Social con la incorporación de nuevas metodologías a través de una interesante auto-biografía personal e intelectual. Para Eley las convicciones políticas y morales han jugado un papel clave en la historiografía de los últimos cincuenta años. De hecho, la actual producción historiográfica debe mucho a la Escuela Marxista británica de Raymond Williams y E.P. Thompson, pero también a Peter Burke, que supo conjugar esta propuesta con las de la Escuela de los Annales, aportando el afán internacionalista, la interdisciplinariedad y la comparación como herramientas imprescindibles en la elaboración y fundamentación de cualquier tipo de investigación histórica. Todo esto que posteriormente fue compendiado por el sociólogo norteamericano Charles Tilly, dejó un importante legado al ofrecernos un modelo macro-analítico más dinámico del cambio social, en el que la acción colectiva pasaba a ocupar un lugar clave al atender a esta problemática desde una perspectiva internacionalista, comparativa e interdisciplinar. Se trató, no obstante, de un enfoque insuficiente porque los resultados permitieron flexibilizar y/o adaptar la teoría a la problemática a estudiar.
En esta renovación de enfoques historiográficos, la Escuela de Historia Social alemana también ocupó un lugar importante. Historiadores como Ritter, Tenfelde y Lüdtke introdujeron un interesante factor de análisis basado en la experiencia política ante diferentes contextos que estaban estrechamente vinculados entre sí: la huelga, la campaña electoral y el discurso. A partir del segundo tercio del siglo XX, la historiografía alemana rehusó de enfoques básicamente historicistas y excesivamente culturalistas. Introdujeron las teorías sociológicas de Max Weber en su discurso e influenciados por la Nueva Historia Cultural norteamericana utilizaron la Historia Social para explicar aspectos tan problemáticos como el surgimiento del III Reich. Su objetivo era incluir la dimensión social en el centro de la reflexión histórica –en la línea de la teoría propuesta por Thompson en El surgimiento de la clase obrera en Inglaterra– descentralizando el análisis de las grandes personalidades y de la alta política para construir un relato más social, más próximo, más real: un relato desde abajo. Así a través de tres pilares básicos: política, economía y cultura, enunciaron teorías como el Imperialismo Social o la dominación política del capital, es decir una alianza de los grupos de poder que vinculaban sus intereses políticos a los económicos. Pero, al igual que el enfoque historiográfico anteriormente comentado, se trataba de una aproximación y tratamiento de la historia insuficiente, pues no servía para explicar el III Reich al dotarse de premisas deterministas que hundían los orígenes del nazismo en el siglo XIX, olvidando algo (o a alguien) tan fundamental como el sujeto histórico. Los conflictos de clase (la dialéctica hegeliana) no servían para explicar los hechos históricos. Había que introducir, por tanto, otro ingrediente al análisis histórico, la interdisciplinariedad.
Geoff Eley. Fuente: Alchetron
Actualmente, el género, la clase, la lengua, la cultura, etc. son aspectos a tener en cuenta en la tarea investigadora. No se puede dar la espalda a otras disciplinas como la antropología, la sociología o la politología, sino que hay que mantener un debate abierto con éstas para así contribuir al progreso de la producción historiográfica. Desde finales del siglo XX, la investigación histórica ha tomado un nuevo rumbo que atiende cada vez más al aspecto cultural como factor identitario. Esta situación denominada como giro cultural ha permitido disponer de una comprensión teórica del género cuyos efectos transformaron los fundamentos de "cómo pensar la historia". Las propuestas de Michel Foucault influyeron sobremanera en este enfoque hasta el punto de que han servido para dar una nueva dirección al pensamiento sobre el poder y los estudios culturales, permitiendo una aproximación más ecléctica al fenómeno y procesos a estudiar/examinar/investigar.
Con la publicación en 2005 de Una línea torcida surgió un acalorado debate historiográfico en el mundo anglosajón. Fue criticado duramente por historiadores como Manu Goswami, por no señalar que la Historia Social y la Historia Cultural eran insuficientes para explicar aspectos relacionados con la economía política, oscureciendo elementos de análisis clave en la historia de los países colonizados como el imperialismo y el capitalismo. Así en artículos publicados posteriormente Eley rectificó al abogar por “nuevas hibridaciones” y un “pluralismo básico” para efectuar una mejor labor investigadora de carácter histórico. Sin embargo, esto no significa que la teoría deba pasar a un segundo plano ni apoyar un eclecticismo simplista, sino fomentar una rica conversación a través de diferentes puntos de vista.
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