David Centellas Navas - Lun, 26/10/2020 - 00:00
El equipo del Departamento de Audiovisuales de la Universidad Isabel I realiza la grabación de una entrevista al Rector, Alberto Gómez Barahona. (UI1)
Una gran caja de cartón sostiene un puñado de trastos. Al destapar sus hojas se aprecian decenas de cintas de plástico negro; son cintas VHS olvidadas durante años en el cuarto de lo que un día fue lo más parecido a una gestoría. Quien reforma el local decide introducir una de ellas en un reproductor de video que tiene en casa y que aún funciona. La cinta, cuando pulsa el botón “play”, contiene lo más parecido a un informativo rudimentario de aquellos que se emitían en los ochenta desde los barrios.
La historia es real. La historia ocurre en un pueblo de la ahora llamada España rural y vaciada. Las imágenes que contienen esas cintas son algunas grabaciones del video comunitario que funcionó tiempo atrás en el pueblo. El video comunitario necesitaba de pocos recursos: un magnetoscopio conectado a varias viviendas y, a cambio de una suscripción, se ofrecía el pase de varias películas al día, incluso contenidos propios como programas o retransmisiones de eventos. Aquella caja, como curiosidad, quizás contenía la procesión del patrón, la elección de la reina de las fiestas y la celebración por el ascenso de categoría del equipo de fútbol.
Gracias a los soportes audiovisuales podemos remontarnos al pasado, viajar a través de voces e imágenes a esos recuerdos e historias que cuentan lo que somos. Colecciones que nutren el patrimonio audiovisual de un país y que son documentos indispensables para entender los procesos históricos que ha atravesado.
La protección del patrimonio audiovisual es un reto mayúsculo para muchos países y por ello desde 2005 la UNESCO lo recuerda con la celebración de un Día Mundial. Esta protección se enfrenta al paso del tiempo y al veloz efecto que este tiene sobre las piezas que conforman el patrimonio audiovisual.
Una labor que requiere de políticas públicas e iniciativas de distinta índole para proteger el patrimonio audiovisual conservado. Un ejemplo reciente es la iniciativa de declarar Bien de Interés Cultural (BIC) un documental sobre el Canal de Castilla producido en 1931 por el cineasta y aviador Leopoldo Alonso Hernández. La relevancia del primer documental BIC de España radica no sólo en ser uno de los pocos testimonios en movimiento de la época, sino también por su interés documental al mostrar el modo de vida industrial en torno a esta infraestructura.
Pero el cuidado de la memoria audiovisual de un país es tarea de toda la ciudadanía. Tenemos que ser conscientes que estas colecciones que registran historias familiares o comunitarias deben ser preservadas para las generaciones futuras.
Un primer frente -nuestra caja de las primeras líneas- se puede abrir con las televisiones locales. La crisis del ladrillo borró para siempre muchas de estas pequeñas cadenas privadas y con ellas se perdió en algunos casos un valioso archivo audiovisual de ciudades, comarcas y pueblos. Si con la actual crisis del coronavirus el esquema tristemente se repite, rebobinemos nuestra memoria para que esas cintas nunca desaparezcan.
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