Ildefonso Álvarez Marín - Jue, 15/12/2016 - 09:56
La realidad no es única; existen tantas como personas la perciban. Y la forma en la que percibimos la realidad depende de nuestras emociones.
Las situaciones por las que atravesamos en la vida generan múltiples pensamientos en nuestra mente. Estos pensamientos elicitan emociones que pueden ser placenteras o desagradables. El tipo de emoción que experimentamos nos llevará a actuar de determinada forma, lo que provocará una nueva situación. Y vuelta a empezar.
Es fácil ser conscientes de que no reaccionaremos de la misma forma ante la misma situación en función de cómo nos sintamos, es decir, de qué pensamientos nos ocupen en ese momento. Si antes de sentarte a la mesa en Nochebuena has tenido una conversación con el cenizo de tu cuñado, que percibe el mundo como una bolsa de basura, tus pensamientos no serán muy positivos y, como consecuencia, tampoco tus emociones. Los malos pensamientos se contagian (también los buenos).
La calidad de vida viene determinada por las características de los pensamientos. Si pensamos que algo va a salir mal, probablemente saldrá fatal.
Pero ¿qué hace que una emoción sea agradable? Según el proceso descrito, los antecedentes de las emociones son los pensamientos. La siguiente pregunta lógica sería: ¿puedo controlar mis pensamientos para que produzcan emociones positivas? La respuesta es «sí».
Las preocupaciones sobre los hijos, las discusiones con la pareja, las exigencias del trabajo, los problemas económicos o incluso leer cualquier periódico que caiga en nuestras manos generan pensamientos negativos. Por otro lado, si nos detenemos un momento a analizar los miedos que más nos angustian, comprobaremos que las situaciones que los provocan tienen una probabilidad escasa de ocurrir. Y, sin embargo, las continuamos temiendo.
Tercera pregunta: ¿cómo se convierten los pensamientos negativos en positivos? Con muchísima paciencia y el empleo de técnicas eficaces. El esquema mental que rige la manera prioritaria en la que pensamos se ha convertido en un hábito, en una actitud aprendida hacia los hechos que nos acontecen, por lo que costará modificarlo. Se trata de sustituir la mala costumbre mental de recurrir continuamente a una interpretación negativa de la realidad y dejar que el pensamiento crítico y el creativo comiencen a trabajar.
Diferentes teorías psicológicas describen perfectamente el proceso de cambio: intenta ser consciente de lo que no te gusta de ti para acabar comportándote inconscientemente como deseabas. Es decir, averigua lo que quieres cambiar para convertir en un hábito automático tu conducta ideal.
Relajación, visualización, concentración, parada de pensamiento, registro de conductas, fijación de metas realistas, refuerzo de conductas objetivo y extinción de comportamientos no deseados son estrategias psicológicas que ayudarán a modificar los hábitos que nos perjudican.
Comer con racionalidad, hacer ejercicio con regularidad, dormir lo necesario, leer y oír música también ayudan a provocar pensamientos positivos. Estaremos más contentos con nosotros mismos.
Pero si algo es capaz de transformar nuestros pensamientos, es disfrutar de nuestra familia y amigos, incluido el cuñado gafe. Pasad tiempo con vuestros hijos (enseñadles a pensar positivamente), con vuestra pareja, con vuestros amigos. Cuando lleguéis al trabajo, saludad a vuestros compañeros, preguntadles qué tal les van las cosas y… escuchadles. Cuando tu cuñado te diga que la vida es una porquería, hazle ver lo verdaderamente importante y que lo malo se puede transformar. Y brinda con él; cambiará tu manera de verle.
Y al final todo es tan simple de entender (y a veces tan complicado de conseguir) como que los pensamientos positivos son incompatibles con los negativos. En nuestra mente solo puede habitar uno de estos. Si somos capaces de generar pensamientos positivos, desaparecerán los negativos.
Y sobre todo, seamos honestos, honrados, empáticos, humildes. Programemos nuestro cerebro para comportarnos de la forma que más admiramos en nuestros referentes.
Valorar a los demás sin compararnos con ellos ayudará a que nos valoremos más a nosotros mismos.
Sé que suena a sermón, pero funciona. También sé que algunos cuñados no son susceptibles de cambio, pero que no consigan ponerte de mal humor.
Si educamos a nuestros niños y niñas en el manejo de las emociones, probablemente puedan mejorar el mundo.
Entrada publicada el 15/12/2016
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-5222
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