Sergio Cañas - Vie, 23/04/2021 - 09:00
Cuadro de Gisbert que recrea la ejecución de los líderes Comuneros.
Serie: 'Haciendo Historia (XXXIX)'
El día 23 de abril es una jornada especial tanto para la Universidad Isabel I como para la comunidad castellana y leonesa en su conjunto, desde que en 1983 se aprobase en su estatuto autonómico que tal día como hoy se celebre la fiesta oficial de la Comunidad Autónoma. Desde entonces esta conmemoración festiva ha revalorizado la rebelión comunera en clave regionalista castellano-leonesa, donde la propia Villalar de los Comuneros (Valladolid) es el epicentro de la fiesta común, debido a que se considera 'el sepulcro de las libertades de Castilla y León' y es un lugar con alto valor simbólico (Valdeón, Pérez y Maravall, 1985, p. 4). Pero este año la fecha cobra una especial importancia desde el punto de vista histórico, ya que se conmemora también el V Centenario de la batalla de Villalar ocurrida un 23 de abril de 1521: día que pasó a la historia por ser cuando sucedió la derrota de los Comuneros de Castilla.
Las Comunidades de Castilla es uno de los temas que han hecho correr más ríos de tinta y por extensión uno de los temas más polémicos 'dentro del panorama historiográfico español', pues junto a causas objetivas se han entremezclado prejuicios e intereses y todos juntos 'han contribuido a levantar (…) una gran polvareda historiográfica' (Jerez, 2007, p. 29). Por este motivo desde el grado en Historia y Geografía queremos seguir apoyando la conmemoración del V Centenario de los Comuneros: un proyecto de investigación y difusión del conocimiento histórico de la Comunidad de Castilla y León del que la Universidad Isabel I también formamos parte.
Pues en el fondo cada 23 de abril se reinterpreta inconscientemente una idea clave que la historiografía liberal implementó en el siglo XIX, tras analizar la rebelión comunera como el primer alzamiento popular moderno en reivindicar las libertades. Aunque otros autores han visto en el movimiento comunero la primera guerra civil española de los tiempos modernos (Valdeón, Pérez y Maravall, 1985, p. 12). Dos interpretaciones que no se invalidan pero se complementan. Y no son las únicas que se han hecho en quinientos años. Por eso mismo es conveniente trazar las principales claves historiográficas sobre este tema que encontramos desde el siglo XVI hasta nuestros días, con el fin de explicar cómo se ha interpretado por los historiadores el significado histórico del movimiento comunero. Pues detrás de la revuelta de los comuneros hay distintas tesituras históricas cruzadas. Como mínimo tres: una crisis grave, una guerra civil y una revolución de las Comunidades. Es, en el fondo, la cristalización de un conjunto de problemas económicos, sociales y políticos que se concitan en Castilla tras la muerte de la reina Isabel I (Pérez, 1977). De ahí que principalmente las causas que producen la revuelta comunera sean tres: el aumento del poder absoluto de la Corona en detrimento de las libertades ciudadanas; el sentimiento protonacional y la conciencia de cuerpo político; y el agotamiento del régimen señorial. Ya que a pesar de que fue un movimiento urbano, porque fueron las grandes ciudades castellanas quienes lo inician y lideran y porque son los delegados municipales de las principales urbes castellanas quienes caracterizan y dirigen los acontecimientos revolucionarios, también encontró fuerte eco en el campo: el escenario entonces de una explosión antiseñorial (Maravall, 1970, p. 44-49).
Mapa del movimiento comunero. En morado sus principales focos. Fuente: Wikipedia.org.
La personalidad del rey Carlos I y los primeros compases de su reinado son el detonante pero no explican por sí solos la explosión de las Comunidades. Aunque la imagen que da a los castellanos al inicio de su reinado es la de un monarca frío, joven, distante y orgulloso. Además se trata de un rey extranjero que no sabe hablar castellano. Y al que acompañan y rodean personajes flamencos de su confianza que ocupan los primeros puestos en la Corte y españoles emigrados, que llevan años expatriados, que ahora tienen altos cargos y desplazan a la élite castellana del principal foco del poder. Todos ellos dan la impresión de tratar a Castilla como una tierra conquistada y un botín para repartirse entre esa nueva élite, mientras la nobleza castellana se desocupa cada vez más del interés general del reino. El proceso que desemboca en la elección de Carlos I como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico -a partir de entonces reinará como Carlos V- es la espoleta que enciende la mecha de la revuelta ante el peligro de que los intereses y las riquezas castellanos se supediten a los intereses imperiales y Castilla quede integrada como un reino más de todos los que controla el emperador Carlos V (Perez, 1977). Lo que también incide en la baja nobleza y en el bajo clero castellanos, que ven escaparse sus expectativas de alcanzar una cuota de poder e influencia socioeconómica por el servicio extraordinario que solicita el rey para hacerse con la Corona imperial, y en los procuradores de las ciudades con voto en Cortes, que se ven relegados en favor del personal designado para el gobierno municipal por las instituciones absolutistas (Sánchez, 1998, p. 198 y ss.). Por eso también se ha establecido que el malestar económico del país y los primeros actos de gobierno de Carlos V son las causas más directas para explicar la revuelta comunera (Tierno, 1971, p. 313).
En 1520 los comuneros se unen en torno a una idea: La Comunidad. Un término usado originalmente por el clero regular salmantino en una carta dirigida a la ciudad de Zamora y polisémico: hace referencia a las colectividades locales (municipios, universidades y grandes instituciones nacionales); al pueblo (el común, la masa de la nación, el Tercer Estado); y a la idea de bien común (comunidad nacional). En distintas ciudades castellanas va calando ese mensaje insurreccional y van rebelándose al poder del rey si no cumple con una serie de exigencias contrarias a sus designios reales. Toledo, Ávila, Segovia, Burgos y Guadalajara son el escenario de distintos episodios más o menos violentos en contra de las autoridades reales. Pero también León, en menor medida, y Salamanca y Toro. La rebelión está en marcha y a pesar de los distintos intereses de los implicados destacan algunas ideas comunes: la protesta contra los impuestos. Pero también en su seno surgen ideas para sustituir al rey Carlos V, devolver a la reina Juana todas sus prerrogativas o convertir a las ciudades en ciudades libres similares a las repúblicas italianas. Posteriormente la revuelta contagia a Valladolid que también se dio a sí misma un gobierno popular y revolucionario como Toledo y Segovia había hecho antes. Mientras tanto los comuneros se reunían en la Junta de Ávila a la espera de que todas las ciudades comuneras enviasen sus representantes para verificar la rebelión general. Y las tropas dirigidas por Padilla entraban en Medina del Campo y Tordesillas para ganarlas para la causa comunera (Pérez, 1977).
Escultura de Padilla en Toledo. Fuente: Wikipedia.org
Los comuneros parecen dueños de la situación en el verano de 1520, hasta que durante el otoño la aristocracia castellana, hasta entonces neutral, se ve amenazada por el movimiento revolucionario. Al tiempo en que la Junta de Tordesillas se constituye como gobierno revolucionario y dicta al rey, entonces en Alemania, una serie de acuerdos que tiene que cumplir para mantener el trono. Pero los elementos moderados de la revuelta se apartan y la propia ciudad de Burgos deja de apoyar el movimiento. La partida está a punto de cambia de mano. El ejército real a las órdenes del cardenal Adriano, a la sazón regente de Castilla, junto a las tropas aristocráticas que se han unido a la reacción real desaloja Tordesillas de comuneros en diciembre de 1520. La junta revolucionaria se instala en Valladolid. El 23 de abril de 1521 el Ejército comunero se enfrenta al Ejército real y sufre una derrota total y sin paliativos en Villalar. Tras el descalabro bélico solo resiste Toledo que todavía permanecerá en manos rebeldes hasta que se somete definitivamente en el segundo día de febrero de 1522 (Vadeón, Pérez y Maravall, 1985, p. 14 y 15).
Ciadro de la batalla de Villalar de Manuel Picolo López. Fuente: Wikipedia.
Los cabecillas militares de los comuneros como Bravo, Padilla y Maldonado fueron condenados por delito de traición a la pena de muerte mediante decapitación. Un acto público que serviría como aviso a quien osaran oponerse o rebelarse ante el emperador Carlos V y rivalizar con la aristocracia castellana. Además a los líderes comuneros se les confiscaron sus bienes y perdieron todos sus cargos. Tal fue la decisión del proceso sumario por el que se les juzgó (Martín, 2019, p. 2). A su derrota le siguieron muchos años de paz absoluta debido a la fuerte represión desatada contra los comuneros, el afianzamiento de Carlos V en el trono castellano y el desamino que cundió entre quienes apoyaron la rebelión: fundamentalmente sectores burgueses y el patriciado urbano (Lorenzo, 1995, p. 165)
Interpretación del movimiento comunero
Ahora bien ¿Cómo se ha interpretado el movimiento comunero? ¿Qué significado histórico ha tenido en los últimos cinco siglos? En el siglo XVI Illescas, posiblemente el primer autor en estudiar estos hechos, presentó a los comuneros como seres avariciosos, codiciosos y desorganizados. Personajes sin escrúpulos y populistas que engañaron al pueblo para conseguir medrar socialmente mediante la conquista del poder (Illescas, 1583). Una interpretación que continuó en el siglo XVII por autores como Sandoval para quienes eran unos 'malos españoles' codiciosos, manipuladores del pueblo y violentos (Sandoval, 1634, p. 499). Ya en el siglo XVIII un autor como el padre Florez refuerza la idea de que la revuelta comunera se debe a la presencia de extranjeros (flamencos) en los altos cargos del Estado y a la xenofobia de los españoles (Florez, 1760).
Estatua de Juan Bravo en Segovia.
En el siglo XIX se produce un cambio en la tendencia historiográfica anterior. Por ejemplo Malo –editor de la obra de Florez- muestra un punto de vista más crítico con el papel de Carlos V y muy ligado a la propia crítica del absolutismo del ochocientos. Así, refuerza la idea de que la revuelta comunera se debe a la presencia de extranjeros despóticos en los altos cargos del Estado y a la xenofobia de los españoles que veían con malos ojos esos nombramientos. Pero enlaza todo ello a la pretensión de Carlos I de hacerse emperador con el oro castellano y dejar sus reinos hispánicos en manos de asesores forasteros. Es decir, que sin quitar responsabilidades a los comuneros también pone encima de la mesa una crítica frente a la idea de monarquía universal de Carlos V a quien 'no bastaba dominar dos naciones' (Florez, 1854, p. 558). Por otro lado también se produce un cambio de visión frente a los comuneros, tenidos como antecedentes de los liberales por algunos autores. Verbigracia Antonio Ferrer dice que aunque el levantamiento comunero fue esencial para la invasión de Francisco I de Francia, 'la libertad con lesión de la independencia del reino jamás cupo en la mente de un solo caudillo de los comuneros' (1850, p. 261). Y los esculpa de las responsabilidades que otros autores les achacaron antes como traidores a la patria. Modesto Lafuente va todavía más allá y destaca 'un rasgo de españolismo' entre 'los que habían seguido las banderas de las comunidades'. Y los reinterpreta como fundadores de la tradición liberal española por haberse rebelado contra el despotismo monárquico de Carlos V (Lafuente, 1869).
Por el contrario, autores como Danvila inauguran a finales de la centuria decimonónica otra interpretación alternativa a las demás: los comuneros no son sediciosos ni traidores, sino contrarios a la libertad de Castilla que simbolizaba Carlos V. Eran luchadores en favor de los privilegios y estructuras feudales. Y como luego hicieron Marañón y Menéndez Pelayo, los tilda de reaccionarios contra el estado moderno de Carlos V. Unos personajes que luchan por la pervivencia del pasado y contra el progreso, porque son la pequeña nobleza urbana que no quiere perder sus privilegios y son xenófobos frente a los extranjeros que acompañaban al rey (Danvila, 1898). Y esta misma interpretación ha sido continuada en el siglo XX por algunos autores que no lo ven en los comuneros una nota revolucionaria en tanto en cuanto querían conservar el derecho político medieval que antes les era reconocido por la Corona, pero que peligraba con la llegada de Carlos V a Castilla (Fernández, 1992, p. 55).
Monolito a los comuneros en Villalar. Fuente: flickr.com.
Nada que ver con otras interpretaciones en boga en los años 70 y 80 del siglo pasado, donde autores como Maravall vieron en el movimiento comunero la primera revolución de tipo moderno de la historia de España y no como la lucha por conservar la tradición medieval frente al renacimiento representado por el reinado de Carlos V (Maravall, 1970, p. 37). O con los autores que vieron en Las Comunidades un movimiento protonacional, horizontal y revolucionario (Valdeón, Pérez y Maravall, 1985, p. 18-22). A nuestro juicio fue Pérez quien mejor supo caracterizar la revolución de las Comunidades de Castillas, pues representan la España que pudo ser y no fue y con cuya derrota 'se perdió (…) quizá la libertad política y la posibilidad de imaginar otro destino distinto al de la España imperial' que caracterizó la historia de la Edad Moderna (Pérez, 1977, p. 684). Y tal vez por todo ello cada 23 de abril ciudadanos de toda la comunidad castellanoleonesa se reúnen en un ambiente cívico y festivo en torno al monumento erigido en honor de los comuneros en Villalar. Demostrando que una derrota también puede ser motivo de celebración, de honor y de gloria. Pues desde tiempos inmemoriales es sabido que los derrotados merecen un respeto al ser una categoría que no se logra sin haber luchado antes.
Bibliografía:
Danvila, M. (1898). Historia crítica y documentada de las comunidades de Castilla. T: 32. RAH.
Fernández, P. (1992). Fragmentos de monarquía. Madrid: Alianza.
Florez, E. (1760). Clave historial, Madrid. (Cuarta edición).
Florez, E. (1854). Clave historial. Madrid (Decimoctava edición).
Illescas, G. de. (1583). Historia pontifical y catholica, Zaragoza.
Jerez, J. L. (2007). Pensamiento político y reforma institucional durante la guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1521). Madrid: Marcial Pons.
Lafuente, M. (1869). Historia general de España. T. IV. Lib. I. Madrid. (Segunda edición).
Lorenzo, P. L. (1995). Cronología y coyunturas de los movimientos sociales castellanos, siglos XVI y XVII. Brocar, 19, p. 165-188.
Maravall, J. A. (1970). Las Comunidades de Castilla: una primera revolución moderna. Madrid: Revista de Occidente.
Martín, F. (2019). El proceso de los comuneros castellanos (1521). Valladolid: Universidad de Valladolid.
Pérez, J. (1977). La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521). Madrid: Siglo XXI.
Sánchez, P. (1998). Absolutismo y Comunidad: los orígenes sociales de la guerra de los comuneros en Castilla. Madrid: Siglo XXI.
Sandoval, P. de. (1634). Historia de la vida hechos del emperador Carlos V, parte I, Lib. X.
Tierno, E. (1971). Escritos (1950-1960). Madrid: Técnos.
Valdeón, J., Pérez, J. y Maravall, J. A. (1985). Los Comuneros. Historia 16, 24.
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-398X
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