María Martín de Vidales - Mié, 23/02/2022 - 11:20
Copista en el Museo del Prado (Madrid).
Serie: 'Haciendo Historia' (LXVIII)
Resulta curioso considerar que en el siglo XXI, viajar sea valorado como uno de los hobbies más atractivos para la sociedad. Normalmente, los amantes de los viajes escogemos destinos que difieren del lugar en el que vivimos. Por ejemplo, nos interesan otras culturas, otros países por su gastronomía, otros lugares (con playa si vivimos en zonas montañosas o viceversa). Por otro lado, solemos escoger para viajar aquellos lugares en los que se encuentran los monumentos más famosos o donde se celebran las festividades más llamativas. Algo parecido sucedía en el siglo XVIII, momento en el que se desarrolló el Grand Tour, un fenómeno cultural al que se considera el inicio del turismo. Sin embargo, no debemos perder de vista que el Grand Tour tuvo unas particularidades muy específicas.
El Grand Tour puede ser considerado un trayecto que se iniciaba en el país de origen del viajero y tenía como meta Italia. Fue frecuente que se realizase desde Inglaterra, a los que se les podría considerar los precursores, aunque a medida que se afianzó el propio hecho cultural, se sumaron otros países como Francia, Rusia, Escandinavia, Hungría o América. Incluso existieron españoles que realizaron este Grand Tour, como fue el caso de Antonio Ponz.
Atribuido a John Brown, The Ham House Roman Conversation Piece (Gentlemen on the Grand Tour), c. 1773. Fuente: National Trust Collections
Los viajeros que inauguraron esta experiencia pertenecían a altas clases sociales como la aristocracia, y, por consiguiente, solían poseer un elevado poder adquisitivo. Sin esta estabilidad económica resultaba imposible embarcarse en una aventura similar teniendo en cuenta los gastos económicos que exigía el desplazamiento. Por otro lado, era necesario disponer de tiempo para llevar a cabo tal periplo, implicando al interesado estar fuera de casa periodos de tiempo muy largos que, incluso, podían llegar a ser años, requisito que dificultaba esta aventura a un común trabajador. De hecho, este viaje fue considerado una oportunidad para estos jóvenes de disfrutar de lo que hoy en día llamaríamos “un año sabático”. Sin embargo, la realización de este viaje conllevó algo más que el propio placer.
Aquellos que realizaron el Grand Tour destacaron por poseer un elevado interés por las cuestiones culturales y artísticas. Eran personas que se emocionaban al descubrir un resto arqueológico, que leían a los clásicos para complementar sus visitas y que, en cierto modo, sentían curiosidad por los aspectos culturales, históricos y artísticos, así como por los elementos naturales que definían los lugares visitados. Además, el viaje poseía como objetivo la utilidad, aspecto que el movimiento de la Ilustración había consolidado, se pretendía la búsqueda de la cultura para afianzar la memoria (Soriano Nieto, 2011). Asimismo, no puede obviarse, el elevado grado de erudición que definía el carácter de estos jóvenes quienes habían tenido oportunidad de acceder al ámbito educativo y que estaban instruidos en materia cultural lo que incrementaba su fascinación por lo que descubrían. Además, el Grand Tour puede ser identificado por el carácter educativo del propio viaje que formaba a los jóvenes viajeros no solo en los aspectos culturales sino también en tareas y problemas cotidianos a los que debían hacer frente. No obstante, no todos estaban de acuerdo, algunos consideraron que el Grand Tour era el resultado ostentoso del interés de las altas clases sociales y que, muchas veces, no reportaba beneficios, sino todo lo contrario. Por ejemplo, en la famosa obra La Riqueza de las Naciones, Adam Smith (1794) recoge el siguiente pensamiento:
[…] Vuelve a la casa de sus padres más presuntuoso, sin método en sus principios, más disipado de costumbres y más incapaz de una aplicación seria al estudio y a la negociación civil, todo lo cual, acaso, lo hubiera escogido no saliendo de su casa en aquella edad. Con viajar tan joven, con malgastar en la disipación más frívola los años más preciosos de su vida, a distancia del cuidado, de la corrección y del ejemplo de sus padres y familiares, lejos de confirmarse y radicarse en su corazón todos aquellos buenos hábitos a cuya formación se dirigieron los tempranos esfuerzos hechos en su primera educación juvenil, no pueden menos que desvanecerse y borrarse, o a lo menos debilitarse en gran manera […] (pp. 143-144).
Aun así, no puede negarse el interés de muchos de los viajeros por aprovechar la experiencia y por conocer el destino al que se dirigían. El recorrido se conformaba a través de varias etapas en las que aprovechaban para visitar los elementos patrimoniales más conocidos. Aunque, como se ha comentado previamente, el Grand Tour podía iniciarse en muchos países diversos, siempre terminaba en Italia. Desde el norte, recorrían ciudades como Génova, Luca, Pisa, Bolonia, Florencia y Siena, llegando a Roma, ciudad en la que pasaban estancias más largas; y, a partir del siglo XIX, se sumó al itinerario el sur de Italia: Sicilia y Nápoles. Italia era un destino plagado de referencias culturales entre las cuales la Antigüedad clásica había adquirido un destacado protagonismo y esta realidad impulsó el desarrollo del Neoclasicismo haciendo que se prestara una especial atención a las ruinas romanas, a las colecciones de esculturas clásicas y a otras manifestaciones artísticas clásicas. Los viajeros comenzaron a coleccionar obras de arte o, incluso, copias de estas mismas como las copias de esculturas romanas, impulsando la comercialización del arte. Además, fue común que quisieran tener como recuerdo de este viaje, a modo de souvenir, un retrato que plasmase las maravillas de la Antigüedad.
Los artistas afincados en Roma aprovechando el éxito del Grand Tour y en búsqueda de mejorar su producción, retrataron a los viajeros acompañados de las ruinas más características, de monumentos como el Coliseo o de cualquier elemento relacionado con la Antigüedad. Podemos resaltar un ejemplo muy característico, el artista italiano Pompeo Batoni quién adquirió un gran éxito debido a la producción de estos retratos (Conferencia: Pompeo Batoni, Museo del Prado). Su fama se hizo eco en las guías de viajes que utilizaban los viajeros, así como a través del reconocimiento de cicerones como Thomas Jenkins quién poseía una gran influencia sobre los viajeros ingleses, de forma que el taller de Batoni se convirtió en un lugar de referencia para aquellos que pasaban su estancia en la ciudad eterna.
Imagen 2: Pompeo Batoni, Retrato de Francis Basset, I barón de Dunstanvill, 1778. Fuente: Museo del Prado
Imagen 3: Pompeo Batoni, Retrato de Thomas Taylour, I marqués de Headfort, 1782. Fuente: Wikimedia
En definitiva, el carácter educativo que caracterizó el Grand Tour favoreció el desarrollo del arte neoclásico, entre otros factores como fue también el descubrimiento de las ciudades sepultadas por el Vesubio. Los jóvenes viajeros se veían atraídos por la cultura antigua y buscaron en las ruinas o en las manifestaciones artísticas la conexión que justificaba la herencia de sus raíces. Los desplazamientos se hicieron constantes en Europa a partir del siglo XVIII favoreciendo el intercambio cultural pero también económico, beneficiando el mercado del arte. Los artistas aprovecharon esta oportunidad identificando Roma como una de las ciudades más significativas para apostar por su producción artística, tomando como modelo los referentes de la Antigüedad clásica y potenciando, de esta manera, la consolidación del Neoclasicismo en Europa.
Referencias
SORIANO NIETO N. (2011), El viaje y lo monstruoso en el siglo XVIII. Por una ética-estética del Grand Tour, Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, 32(4).
SMITH A., (1794), La riqueza de las naciones, libro V, capítulo I, parte III, Valladolid.
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-398X
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