José Antonio Contreras Rosado - Jue, 15/06/2017 - 08:56
Uno de los aspectos que caracterizaban a nuestro país en 1931 era la exclusión sufrida por la mayoría de la sociedad. Esta soportaba una enorme tasa de analfabetismo, que superaba el 44% y se caracterizaba por un escaso acceso a la cultura por parte de la gran mayoría de la población.
Ante esta realidad, el Gobierno de la Segunda República se propone intervenir para lograr la inclusión de estas personas a través de la educación. Todo ello motivado no solo por las evidentes carencias formativas detectadas en la sociedad, sino por el peligro que conlleva un nivel cultural tan bajo.
“El ministro que suscribe estima necesario y urgente ensayar nuevos procedimientos de influencia educativa en el pueblo, acercándose a él y al Magisterio Primario”
Por ello, el objetivo se centra en la reducción de esta brecha cultural detectada en las clases rurales respecto a las ciudades. Este reto se convierte, de esta manera, en una de las cuestiones fundamentales para rescatar a la ciudadanía de esa condena al analfabetismo y la ignorancia.
El objetivo se articuló a través de unas acciones educativas que se pusieron en marcha en los primeros años de la década de los treinta con el nombre de Misiones Pedagógicas. Con este término se hace alusión a viajes, con un espacio de tiempo determinado, y con un objetivo didáctico. Es decir, misiones pero pedagógicas.
“Difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población”
Por esta razón, quienes participaban en ellas eran conocidos como misioneros. Ejemplos de ellos fueron Federico García Lorca, María Zambrano, María Moliner, Antonio Machado, Pedro Salinas o Luis Cernuda.
Sin embargo, esta idea no era algo novedoso. Medio siglo antes, en concreto en 1881, ya el andaluz Francisco Giner de los Ríos ideó algo similar llamado Misiones Ambulantes para contribuir a reformas educativas.
En 1931 se crea el Patronato de Misiones Pedagógicas que preside Manuel Bartolomé Cossío y se articula mediante tres estrategias principales:
- El fomento del elemento cultural a través del impulso a la lectura, la apertura de bibliotecas, la realización de proyecciones cinematográficas, conciertos musicales, exposiciones artísticas, teatros, museos, etc.
- La orientación pedagógica a los docentes por medio de visitas a las escuelas y la puesta en marcha de cursos de formación.
- La educación ciudadana potenciada por reuniones organizadas en los pueblos que pretendían enseñar los principios democráticos.
De estas tres, la más reseñable por su notable impacto fue la primera. En cualquier fotografía de este proyecto pedagógico se refleja una expresión común: la sorpresa. Esa que brotaba al ver por primera vez una sesión de cine y que iba de la mano de una sensación de alegría por compartir las impresiones de una lectura o una melodía en directo. Por todo ello, era evidente la necesidad de una acción así para acercar la cultura a los pueblos y no caer en la exclusión.
En este sentido, las Misiones Pedagógicas fueron un claro ejemplo de la lucha contra la exclusión de las personas pertenecientes a clases olvidadas.
Sin embargo, estas actuaciones no se prolongaron lo suficiente y en 1936, tras el golpe militar que desencadenó la Guerra Civil, empezó su decadencia. El cambio de ideología resultante tras este acontecimiento fue clave para el final de este proyecto pedagógico. No obstante, no se llegará a entender el motivo por el que tuvo un final como señala, de manera acertada, Manuel Bartolomé Cossío:
“No comprendo por qué odian de esa manera a las Misiones. Las Misiones no hacen más que educar. Y a España la salvación ha de venirle por la educación”
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Fuente imágenes: Exposición virtual "Las misiones pedagógicas" (Ministerio de Cultura).
Entrada publicada el 15/06/2017
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-5222
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