Elena Barredo Hernández - Jue, 13/10/2022 - 13:45
Personas con gafas de realidad aumentada
Serie: 'El chip del aprendizaje' (XIII)
Desde el siglo XIX ha habido predicciones en torno a cómo viviríamos en el siglo XXI y la mayoría de ellas nos atribuían determinadas competencias, algunas de las cuales siguen siendo ciencia ficción. Es cierto que de algunas de estas predicciones no estamos tan lejos, se imaginaban coches voladores y tenemos drones, por ejemplo.
Al analizar el presente, vemos que la evolución tecnológica actual no es lineal, su progreso es exponencial, cada vez somos capaces de evolucionar mejor y más rápido. El proceso normalmente es que el avance en el campo de la física o de la química, o en ciencias puras es usado en un centro tecnológico y con el paso de los años y el abaratamiento de los costes se pone a disposición de la ciudadanía. Un claro ejemplo son los avances en la Fórmula 1, donde sus logros a lo largo de los años se transfieren a los modelos comercializados.
Pero en el mundo de la docencia, sucede en cierta medida a la inversa. Las herramientas digitales no las manejan en primer término los profesionales, en este caso los docentes, sino los discentes, aquellos nativos digitales que saben usar con más destreza las herramientas digitales y conocen más de ellas que el propio profesorado. Es un mundo al revés, lo último en tecnología es usado en primera instancia por los más jóvenes, el alumnado. Los docentes nos apuntamos a las redes sociales que eligen los pequeños, y cambiamos el periódico de papel por el diario digital, entre otras razones, porque ellos leen las noticias en los móviles.
Los premios nobeles son para mayores de 50 años, pero las nuevas aplicaciones que usamos a diario son diseñadas por personas menores de 20 años, por lo cual existe una brecha en la que la comunicación tiene lugar con distintas herramientas.
Pero, por muchos años que pasen en la historia de la humanidad, la comunicación ha sido la clave de la evolución. La primera hoguera fosilizada es de hace unos 700 000 años y seguramente nuestros antepasados se comunicaron alrededor de ese fuego, hallado con fósiles de semillas y huesos quemados. Hoy no hace falta sentarnos alrededor de un fuego para hablar, quizás sí, pero lo que sí tenemos que hacer es volver a comunicarnos en el mismo lenguaje. Si nuestros hijos viven en el mundo digital, nosotros tendremos que explicar nuestras vivencias pasadas, para que dispongan de esa experiencia y ellos vivan mejor que nosotros con esas herramientas digitales.
Y hasta que no llegue el momento en que los docentes sean nativos digitales, tendremos que adquirir esas competencias, a base de aprender lo que otros han aprendido.
Un ejemplo sencillo para comprender esta cuestión es el cine. A principios del siglo XX, el cine era mudo, pero se quedó obsoleto con la llegada del sonido, luego vino el color, los efectos especiales, la tridimensionalidad, etc. En definitiva, nadie o casi nadie ve cine mudo en la actualidad. En la comunicación, como en la docencia, sucede lo mismo, si una imagen vale más que mil palabras, cuánto vale un vídeo más que una imagen, y cuánto vale más la comunicación de las personas con los dispositivos que un vídeo.
Adicionalmente, una herramienta digital facilita y ahorra el tiempo de compresión de un concepto. Hace dos mil años se explicaba con sombras que el planeta era una esfera, hace cincuenta con fotos de astronautas, ahora tenemos la posibilidad de hacer un viaje de realidad aumentada por el sistema solar y ver nuestro planeta desde fuera de la atmósfera. Y cuanto más tiempo se ahorra en comprender, más tiempo hay de aprender y más rápido evolucionamos.
Por ello, por falta de nuestro no saber, no podemos retrasarles en su forma de comunicar. Debemos hablar con su mismo nivel de tecnología para que la compresión sea adecuada y permitir que con su revolución digital y nuestros conocimientos nos lleven a otra nueva era.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN 2792-2340
Burgos, España
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