Ricardo Gómez Diez - Vie, 22/04/2016 - 14:04
«[...] Pero ¿cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros: ¿cómo podrían ser comprados?[...] Pero vosotros camináis hacia vuestra destrucción, rodeados de gloria. Este designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los potros salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.¿Dónde está el bosque espeso?… Desapareció… ¿Dónde está el águila?… Desapareció…Así se acaba la vida y comenzamos a sobrevivir tan solo.»
Extracto de la carta enviada por el Gran Jefe Seattle al presidente de los EEUU en 1854.
El día 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra según acordó la Asamblea General de la ONU en 2009 en la Resolución A/RES/63/278, y la fecha coincide este año con la firma en la sede de la ONU en Nueva York del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Aunque este acuerdo no será la panacea que solucione los problemas medioambientales que azotan a nuestro planeta, la coincidencia supone una buena manera de celebrar la efeméride.
Hasta el siglo XX la conciencia ecológica era una quimera, y para los Estados y el Derecho Internacional, simplemente inexistente. A principios de siglo (1900) se frustró una Convención en Londres que pretendía preservar la fauna africana ante la invasión de colonizadores llegados de Occidente y hasta 1933 (Convenio de Londres) no se alcanzó un acuerdo que permitió la creación de reservas naturales en África y catalogó como protegidas a determinadas especies intentando detener su extinción.
Las tormentas ideológicas de la década de los 60 supusieron el nacimiento de una opinión pública que empezó a comprometerse con la naturaleza y a presionar a los Gobiernos para que pusieran en marcha iniciativas de defensa del medio ambiente. La fotografía conocida como Earthrise (el amanecer de la Tierra) del astronauta estadounidense William Anders, tomada desde el espacio en 1968 en la misión del Apolo VIII, aparece como el gran icono que despierta un sentimiento universal de pertenencia al planeta y de la obligación de mantenerlo habitable no solo como legado para generaciones futuras, sino también como una mera cuestión de supervivencia.
A partir de entonces, la Declaración de Estocolmo (1972) que fijó 26 principios esenciales para el Derecho Internacional Ambiental (algunos tan importantes como la responsabilidad de los Estados de garantizar la inocuidad de las actividades bajo su jurisdicción para el medio ambiente de otros países y el principio de cooperación internacional), la creación por la ONU de la Comisión Brundtland en 1983, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 (que potencia el papel de la sociedad como uno de los actores principales en defensa del medio ambiente), el Protocolo de Kioto de 1997 (de dudosa efectividad pero que introdujo obligaciones vinculantes desde el punto de vista jurdico para sus firmantes) y otras convenciones y conferencias internacionales, fueron construyendo los cimientos que han fraguado en el Acuerdo de París firmado precisamente en la conmemoración del Día de la Madre Tierra.
Solamente el compromiso decidido de los Gobiernos y el decidido compromiso de la sociedad permitirán que lo que se ha plasmado negro sobre blanco sea un referente para la toma de decisiones que frenen el daño ¿irreversible? que cada día sufre nuestro entorno.
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